La construcción respetó el bosque de faiques en el valle de Yunguilla. Fotos: Cortesía Sebastián Crespo Bicubik
A una hora de Cuenca y lejos del bullicio de una de las ciudades más grandes del país y del frío andino está el valle de Yunguilla. Esa zona era conocida por sus grandes cultivos de caña de azúcar, pero ahora es un lugar donde se asientan fincas de quienes buscan escapar de la rutina de la urbe.
En ese lugar que había permanecido intacto hasta el momento de la obra se construyeron dos viviendas con un diseño pensado para fundirse con aquel entorno natural.
La obra es de la firma Durán y Hermida Arquitectos, fundada por los arquitectos Javier Durán y Augusta Hermida en el 2005. Cuentan que al iniciar con la construcción se percataron de la existencia de un gran bosque de faiques, una especie que los pobladores no solían conservar ya que no da fruto y sus ramas están copadas de espinas. Pero justamente aquellos árboles ahora son el elemento que le aporta carácter al paisaje y a las viviendas, y que da el nombre a la obra.
Hormigón, acero y vidrio son los
materiales estrella de este conjunto.
Cada casa está conformada por dos volúmenes. Fueron emplazadas en la parte más alta del terreno -que tiene tres hectáreas en total- con la idea de aprovechar la gran vista al valle que se caracteriza por su clima subtropical.
Los arquitectos explican que los volúmenes mayores de las viviendas son dos planos horizontales entre los que se ubican unos tabiques no estructurales que definen todos los espacios interiores.
Las columnas son de acero con relleno de hormigón. Este sistema de columnas con losas permitió liberar a los muros interiores de cualquier función estructural logrando que espacios interiores más flexibles.
En los exteriores de estas construcciones se sembraron nuevos árboles de faique y césped.
Además, con este sistema se buscó que la relación entre el espacio interior y el exterior sea directa. El núcleo de la casa es el espacio abierto central, que cumple la función de área social.
Ahí hay carpinterías de madera que son desplazables para lograr dos calidades de espacio: uno cerrado para proteger el espacio interior y el segundo abierto, integrando el exterior con el interior.
La arquitecta Hermida enfatizó en que el objetivo central fue que las viviendas convivan con el paisaje y que se fundan con este. Por ello también se optó por colocar grandes ventanales de vidrio para lograr esa conexión.
Las viviendas se emplazaron en la parte más alta del terreno para aprovechar la vista.
Cada vivienda comparte ese concepto de articularse con el entorno, pero también son diferentes. Una tiene muros de hormigón revestidos de piedra roja de la Costa, mientras que la otra tiene revestidos de microcemento blanco. Los acabados son diferentes en función a la personalidad, gusto y necesidades de los habitantes.
Otra parte central de la obra es la cubierta vegetal, destaca Hermida. Para ello se reutilizaron bromelias nativas del sitio con el objetivo de proteger las viviendas del calor. Para los arquitectos lo importante en sus obras es incorporar el paisaje exterior al interior, la continuidad del espacio, la reversibilidad de usos y el cuidado en la relación entre materiales y texturas, y este es un ejemplo.