Todos hemos escuchado la frase “Hay que pensar antes de hablar”. Sin embargo, muy pocas son las personas que siguen el enunciado al pie de la letra. La mayoría -me incluyo- hablamos de memoria y muchas veces sin medir las consecuencias.
Eso último sucede -sobre todo- cuando nos desahogamos durante un momento de iras, de enojo o cuando nos domina estrés o la ansiedad, frecuente en este último año marcado por la pandemia del nuevo coronavirus. ¿El resultado? Amigos y familiares ofendidos, horas de llanto y más.
En muchos casos -luego del desfogue- las cosas continúan su camino. Pero ¿qué pasa cuando a la persona que recibió la descarga lo domina el resentimiento?
Pueden pasar días o meses hasta que ambos involucrados retomen el diálogo. Queda abierta la posibilidad de sumar bloquecitos de rencor en el corazón. Claro está que todo dependerá de las palabras que usemos y del tono que seleccionemos para expresarnos. Pero como digo, son pocas las personas que se toman unos minutos para respirar y para pensar antes de hablar.
Hace poco fue testigo de una discusión entre una madre y un hijo; el retoño se molestó y se fue a la casa de sus tíos para despejar la mente, para respirar nuevos aires. Los regaños de su madre lo agotaron. Cuando el hijo salió de la casa cargando varias maletas -con su ropa, su patineta, sus videojuegos, sus balones- la madre sintió que en verdad se iba de la casa, que la abandonada.
¿Qué hizo? Dejó que su hijo salga y se echó a llorar todo el día y toda la noche.
A veces los padres -agobiados por tanto trabajo y llenos de incertidumbre por la emergencia sanitaria– olvidamos que los hijos, sobre todo los adolescentes y más en esta época, necesitan que sigamos al pie de la letra el enunciado con el que arrancamos este blog.
Este chico encontró consuelo en casa de sus familiares, pero otros pueden buscar refugio en lugares equivocados y dejar el nido sin avisar. ¿Se imaginan el susto de mamá y papá?
Para evitar malos entendidos y momentos tristes es necesario tomarse unos minutos antes de dirigirse a las personas. Foto: Pexels
Mucha gente piensa que los jóvenes de ahora son muy frágiles y casi casi intocables, pero lo cierto es que el mundo cambió y que no los podemos tratar como lo hacían antes.
¿Cuántos de ustedes recibieron un chancletazo? ¿O a cuántos de ustedes les bastaba con la mirada de su madre para saber que debían comportarse? ¿Sonríen, cierto?
Así funcionaban las cosas antes y sobrevivimos. Ahora la situación es muy diferente. Los chicos se deprimen con facilidad y es necesario estar junto a ellos para evitar tragedias.
Que se vayan a la casa de los tíos o a de los abuelos para refrescar la mente es correcto, pero definitivamente las sensaciones serían diferentes si el joven se va en tono de vacaciones. Cuando salen de casa después de una discusión con sus padres el panorama es desolador.
Aprendamos queridos amigos a pensar antes de hablar y actuar, y no solo con los hijos o hermanos, también con el compañero de trabajo y con el vecino. Con seguridad nos evitaremos momentos desagradables.
No es fácil, lo sé, pero podemos empezar por salir al balcón y tomar aire antes de dirigirnos a la gente. La meditación es otra alternativa para las personas que buscan controlar sus emociones. Al final, me parece a mí, que la lección la dio el chico de esta historia. Contestó lo mínimo y antes de ‘explotar’ se fue de ‘vacaciones‘.
¿Qué piensan ustedes? ¿A qué técnicas recurren para calmar los ánimos antes de hablar?
Los leo en pgavilanes@elcomercio.com