El guapo de la barra

Lo que otros callan por temor o timidez, aquí se lo dice sin anestesia. Es comentarista de fútbol de EL COMERCIO.

Alejandro Ribadeneira

Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central. Es periodista desde 1994. Colabora con el Grupo El Comercio desde el 2000 y se ha desempeñado en diversos puestos desde entonces. Actualmente ocupa el cargo de Editor Vida Privada.

El detallado informe del entrenador que lo explica todo

Los beneméritos dirigentes de la federación de fútbol de un sufrido país sudamericano están desconcertados por el informe que presentó el entrenador de la selección nacional.

Los beneméritos dirigentes esperaban un detallado análisis del desempeño del equipo en el torneo continental, que fue deplorable, y que también ofreciera luces sobre algunos hechos de indisciplina. En su lugar, se toparon con un informe de este calibre, que desborda de profesionalismo y precisión, y que va más o menos así:

“Beneméritos dirigentes, he aquí el informe con lujo de detalles, como se merecen los beneméritos dirigentes que son ustedes.

Día 1: Llegamos a la Copa. Todo estaba organizadito. El hotel, bacano. Se pasó el Capi. Incluso había patacones, aunque no llamé al que más los pedía. Entrenamos. Elegí a los propios para el debut. A la mitad no la había visto de casualidad en los amistosos, pero traían buenas referencia. Estaba seguro del triunfo.

Día 2: No golearon en el debut. Tuve ganas de decirle al colega rival que la coja suave, como lo hice en el Mundial, uno de tantos a los que voy. Soy cliente fijo. Porque yo solo voy a mundiales, para eso me contratan. Para el segundo tiempo, la orden a los jugadores fue defender y ojalá conseguir un gol. Lo hicimos en propia meta, pero anotamos.

Día 3: Motivé a los muchachos con un baile. No fue el Escamoso, pero me salió bien. Entrenamos. Cambié seis jugadores. Estos sí eran los propios. Quedamos listos para el segundo cotejo. Estaba seguro de que íbamos a reivindicarnos.

Día 4: Volvimos a perder. Injusto porque fuimos parejos. Pero qué jartera. No contesté preguntas en la rueda con los periodistas porque son una caspa. Me encerré en la habitación.

Día 5: Entrenamos. Todavía nos faltaba un partido. Pero, juepucha, ahí estaban esos periodistas, preguntando que si pienso renunciar. Nanais cucas. Preferí seguir bailando.

Día 6: Empatamos. Entre ganar un punto y no ganar nada, pues prefiero el puntico. Pero me volvieron a preguntar si me voy. Pues no, yo sigo. A mí nadie me dijo que si me iba mal en la copa, me despedían. Me fui a la habitación.

Día 7: Alguien me pregunta si supe de la fiesta en el piso 17. Pues no, no supe. Me dio pena que no me invitaran. Con razón a algunitos les vi con cara de guayabo. Pero no me fijé bien, tampoco.

Día 8: Leo que algunos entrenadores me andan criticando. Me dan ganas de preguntarles que a cuántos mundiales han ido. Tomamos el avión de regreso. Pero yo vine en otro vuelo, separado, porque el Capi dijo que era mejor.

Hasta aquí, y no es por chicanear, mi informe sustancioso y lleno de detalles técnicos de la experiencia en la Copa. Les aseguro, beneméritos dirigentes, que le estoy echando mente a la situación para los próximos cotejos. Lo que no haré es renunciar a menos que el billuyo se caiga y en cachimoni. ¿Estamos?”