Wilmer es conductor. Hace dos semanas estaba paseando en un centro comercial en Quito. En uno de los pasillos fue abordado por un el ejecutivo de una empresa que supuestamente hace inversiones en bitcóin. Reconoce que solo ha escuchado que es una moneda virtual, pero la promesa fue muy atractiva: en siete meses multiplicarían por cuatro el dinero entregado. Le mostraron un chat con cientos de personas que hablan de las jugosas ganancias que reciben a diario. Hay mucha gente de provincia, especialmente de Santo Domingo, dice Wilmer.
Depositó USD 500 en una especie de ‘cuenta digital’ que le dieron. En 15 días ganó USD 65, siete veces más de lo que le pagaría un banco, por lo que puso otros USD 500. Quiere poner más, pero no está seguro. No sabe a quién preguntar. Es casi seguro que todo se trate de una estafa y la supuesta firma nunca llegue a comprar bitcóins. La empresa no está registrada en la Súper de Compañías. Wilmer no sabe su dirección y solo ha hablado por teléfono con el “dueño”. Tampoco sabe cómo recuperar su dinero antes de que termine la aparente inversión.
¿A quién puedo preguntar?, me dice. Hasta ahora solo ha consultado con amigos o pasajeros como yo que usamos su servicio. El caso de Wilmer no es aislado. Como él, miles de personas han sido víctimas de estafas similares en el país.
Ciertamente, el problema se origina en una escasa cultura financiera, pero también en una falta de acceso al sistema bancario. Solo dos de cada 10 ecuatorianos accede a la banca, según datos a marzo del informe de Inclusión Financiera del Banco Central. El país tampoco ha impulsado lo suficiente el mercado de valores. Aunque toda inversión tiene su riesgo, ambos sectores están regulados. Si bien la Ley obliga a los bancos a dar educación financiera, hace falta una política pública que articule a más sectores como la escuela y las entidades estatales. Por lo pronto, dos consejos: no inviertas en algo que no entiendes, y duda si te ofrecen ganancias excesivas.