Dentro del vehículo solo se escucha el ruido del motor, a pesar de que conductor y pasajero conversan constantemente. El conductor es Francisco Intriago (32), quien padece de deficiencia auditiva y el pasajero es Patricio Xavier Hidalgo, instructor de la Escuela de Conducción de Aneta.
Antes de empezar la clase práctica, Hidalgo coloca sobre el retrovisor del auto otro de 44 cm de largo (el doble del normal). Es para extender el campo visual del practicante. Con el puño cerrado, simulando tener una llave, gira la mano en señal de que encienda el vehículo. Intriago lo entiende.
Se asegura de que esté bien colocado el cinturón de seguridad y arranca. Sale del parqueadero y va por la calle La Pradera. Unos metros antes de llegar a la av. 6 de Diciembre, hay un garaje. Intriago se detiene y deja un espacio para no bloquear la entrada y salida de los vehículos.
Su instructor le topa el brazo para llamar su atención y le muestra el dedo pulgar. Es la seña de que ha actuado correctamente. Como Intriago no escucha los pitos, debe tomar algunas precauciones. Entre ellas, no interrumpir los accesos a edificios y casas, y mirar constantemente por los espejos. Son las 10:15 del martes y conduce a 50 km/h, por el carril derecho de la av. 6 de Diciembre.
De repente, un Hyundai Santa Fe verde se detiene. Intriago frena. Regresa su mirada al instructor, suelta el volante y golpea su mano derecha, en posición lateral, contra la palma de su mano izquierda y señala al Santa Fe. Su rostro refleja enojo.
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Hidalgo se tapa la boca con su mano derecha, la retira y la golpea una y otra vez contra la palma de la mano izquierda. Con las señas le explica a su alumno que el chofer del otro carro no prendió las luces de parqueo, por lo que la culpa no es suya.
Durante el trayecto comete errores propios de un aprendiz. Se confunde en el momento de cambiar de marcha y a ratos se le apaga el auto. Sujeta con firmeza el volante y mira constantemente por los espejos.
Cuando Hidalgo tiene que dar alguna instrucción, con delicadeza topa el brazo derecho de Intriago. Él, Homero Camacho (25), Byron Guaña (21) y Orlando Changoluisa (21) integran el primer grupo de alumnos con deficiencia auditiva. Norma Fierro (41), suegra de Camacho, es la intérprete voluntaria de Aneta. Ella les ayuda en las clases teóricas, para las prácticas Hidalgo aprendió el lenguaje de señas.
De regreso a los parqueaderos de Aneta, cerca de las 10:40, Intriago estaciona el auto en reversa. Hidalgo señala los espejos laterales. Le está pidiendo que no descuide los costados del auto.
Sin la presión del tránsito y a través de la intérprete, Intriago reconoce sus nervios. “Los que no escuchamos desarrollamos muy bien otros sentidos. Soy muy capaz de conducir. Pedimos paciencia y que no nos discriminen”.
Luego del turno de Intriago, Camacho es el siguiente en sentarse frente al volante. Se sube al auto, se coloca el cinturón de seguridad y acomoda el retrovisor. Hidalgo se sienta a su lado y otra vez repite la señal que autoriza al aprendiz a encender el vehículo.
En la calle, en un cruce sin semáforo, Camacho detiene el auto. Hidalgo le topa el brazo, se señala sus ojos e inmediatamente apunta a los costados de la vía. Le indica que mire a los dos lados antes de cruzar. Arranca y deja la máquina en primera. El motor brama mucho. Hidalgo le muestra dos dedos de su mano, en señal de que cambie a segunda.
Terminada la lección, Camacho e Hidalgo se despiden con un apretón de manos. El alumno extiende el pulgar y se va.