Jaime Costales, catedrático e investigador social. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Entrevista a Jaime Costales, catedrático e investigador social.
¿Cuál es el diálogo en la academia sobre la representatividad política?
He podido compartir con colegas la preocupación de que en los últimos 20 años hay liderazgos de políticos muy escasos de luces e intrascendentes, en el país y en el mundo. Es una preocupación genuina para la ciencia social, porque los momentos históricos trascendentes exigen liderazgos de gente visionaria, con una convicción de servir como agentes de transformación positiva. En otras épocas críticas, como la Segunda Guerra Mundial, quizá la etapa más cruel de la historia, surgieron liderazgos extraordinarios. Pero ahora hay pocos líderes descollantes. Incluso los Estados Unidos han visto con estupor lo que significa un liderazgo sin una visión trascendente. Esta falta de liderazgo es una carencia enorme de la humanidad y del país.
¿Cuáles son las exigencias de la representatividad política?
Exige una interrelación muy profunda. Los mejores líderes de la historia han tenido cualidades extraordinarias, pensamiento estratégico, y capacidad de persuasión para conseguir la presencia proactiva de los ciudadanos. En esta época el mejor liderazgo es el no violento, el que no apela la lucha de clases, sino que cura heridas y busca la reconciliación social, el que persuade de que es mejor cooperar generosamente en la construcción de ideales y soluciones colectivas. Ese liderazgo necesitamos, pero no lo tenemos.
Pero sin confrontación no habría cuadros…
La vieja tradición política considera que el otro es enemigo y que hay que aniquilarlo. Esa es una forma de psicopatología de la política. Gestas como las de Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela y Gorbachov buscan el diálogo con el adversario, sintiéndolo válido como ser humano. Mandela se dio el lujo de conversar con quienes planificaron su asesinato y les convenció de que Sudáfrica era una nación que necesitaba una democracia genuina y nueva. El poder transformacional de los grandes líderes proviene de una psique sana, de una mente sana, de una salud mental superior. En cambio, la lucha política habitual es patológica, porque es rabiosa, y envenena la psique colectiva, la mentalidad de un país, por ejemplo, como ha sucedido en Ecuador, y ahora en Estados Unidos.
Visto así, es un negocio para los políticos, porque la violencia es adictiva…
Hay que hacer un esfuerzo para la transformación de la conciencia colectiva y esa es la esencia de la propuesta de mi último libro: lograr una especie de psicopedagogía social y de psicoterapia social, no a partir del poder, sino a pesar del poder político. Fuera del poder político, los ciudadanos tenemos que convocarnos a ese reto, a un proceso de pacificación y de sutura de las heridas y de reeducación, de psicopedagogía y hasta el psicoterapia social para convencernos de que la violencia es un mal negocio. Gandhi lo decía: si usamos el ojo por ojo, todos vamos a terminar ciegos. La violencia es psicopatológica, es psicopatología de la normalidad y tenemos que erradicarla. Caducó la vieja idea de la lucha de clases, tenemos que imponer generosa y persuasivamente la sinergia de clases, la cooperación de las clases.
Un libro de ciencia social analiza y propone. ¿Cómo ha podido combinar esto?
Esta investigación me tomó 6 años para entender las raíces de esa terrible adicción de un buen número de ciudadanos ecuatorianos a los líderes populistas manipuladores, dominantes, abusivos y corruptos. Socialmente, es una adicción psicopatológica. La propuesta es curar esa adicción. Para ello tenemos que construir un proceso de psicopedagogía social, que estoy convocando desde hace años y que, a pesar de que parece que no avanza poco a poco, van penetrando las ideas. A la vez se necesita también la construcción de nuevos liderazgos. Necesitamos Mandelas, no necesitamos Bucarames.
Y ante eso, ¿cuáles son los niveles de representatividad de los partidos políticos? ¿Son necesarios?
Si quieren sobrevivir, tienen que entender que ya no necesitamos los partidos tradicionales en el sentido de que estaban constituidos para obtener tajadas de poder y corruptelas, sino que tienen que convertirse en verdaderos centros de inspiración y motivación existencial de los pueblos. Necesitamos entender con mucha claridad, ya no es la hora de los populistas bailarines de tarima, es la hora de los Mandela.
Ya pasó la hora terrible de los agresivos populistas, estilo Chávez, Castro, Ortega, Correa. Son ya el pasado, un pasado obsoleto. También Trump, Putin y por supuesto los dirigentes chinos. Necesitamos líderes mandelianos, gandhianos, inspiradores, generosos. Este es el momento que podemos dar un gran salto evolutivo como país y como humanidad, para eso necesitamos también otro tipo de dirigentes y si ellos no lo entienden, tenemos que asumir el liderazgo los que no somos políticos, porque liderazgo en las crisis nace espontáneamente. Y entonces los dirigentes indecentes, mediocres y corruptos quedarán de lado, arrasados por la historia.