Tiene el rostro completamente tatuado, con un pearcing de calavera en la nariz y la parte interna de los ojos también pintadas, está tomando cerveza y revisando su celular en las intersecciones de las calles Naciones Unidas y Shirys, en el norte de Quito; su nombre es Víctor Peralta, tiene 46 años y es uruguayo. Para los transeúntes de esta zona de la ciudad no es habitual ver a un personaje como él caminando por las calles, por eso se acercan y le piden fotografías, acepta con una sonrisa que deja ver el brillo de sus dientes plateados, posa frente a la cámara del celular junto a los curiosos, hace una señal con el dedo del medio y muestra su lengua bífida. “Es normal, así es la vida de ser bonito”, bromea y vuelve a fumar su cigarro y darle otro sorbo a la bebida que tiene en las manos.
Peralta llegó a Ecuador el pasado 21 de septiembre del 2016 para formar parte de la Convención Internacional del Tatuaje Mitad del Mundo. Peralta decidió conocer uno de los puntos céntricos de la ciudad, La Mariscal. Es la primera vez que visita Quito, aunque ya ha paseado por casi todos los países de Sudamérica, asegura que solo le hace falta estar en Guayana. Tenía planeado conocer la Ciudad Mitad del Mundo, en el noroccidente de la capital, porque siempre ha querido estar ahí.
Víctor Peralta, artista corporal, durante un paseo por la Plaza Foch, centronorte de Quito. Foto: David Landeta/Afull
De repente, la cotidianidad de la Plaza Foch cambió, un hombre alto – aproximadamente 1,80 metros -, rapado, con el rostro cubierto de tinta, un ojo verde fosforescente y el otro negro trataba de cruzar la calle Reina Victoria en sentido oriente – occidente. “Es un lugar bonito”, decía Víctor mientras observaba los locales ubicados en esta zona de la capital. Cuando llegó a las intersecciones de las calles Reina Victoria y Mariscal Foch, una pareja le pidió una fotografía, él accedió. Un momento después, un patrullero se detuvo y el oficial que iba al volante le pidió al artista corporal que salude mientras le apuntaba con la cámara de su celular. “En general la gente es amable, hay algunos que te ven mal, pero eso demuestra su ignorancia“, afirma mientras felicita a un artesano con un golpe de puños. Ese gesto muestra algo de empatía, Víctor conoce cómo es la vida de los trabajadores callejeros, él también vivió de las artesanías hace más de 22 años cuando era mochilero y viajaba por todo el continente, en esa misma época se hizo su primer tatuaje, mientras estaba en el sur de Brasil, específicamente en Florianópolis, era un espermatozoide con cara de loco.
Víctor Peralta saluda a un artesano mientras camina por una de las calles de La Mariscal, en Quito. Foto: David Landeta/Afull
Cuando era niño, su sueño era viajar mucho y con el paso de los años logró cumplir esa meta. En 2015 se desplazó alrededor de 24 ocasiones y hasta septiembre de este 2016 ya ha superado las 22 visitas a países extranjeros. Hay días que piensa “pucha… me gustaría quedarme en mi casa” junto a su esposa y 26 mascotas; pues sí, Víctor tiene más de dos docenas de animales en su hogar: 9 perros, 13 gatos, 3 tortugas y un pollito bebé que acabaron de adoptar, se llama Mochín y lo rescataron ya que todos sus hermanos fueron devorados por los gatos.
Está enamorado, esto se nota cuando habla de su esposa Gabriela, que también es artista corporal y tiene cerca del 75% del cuerpo tatuado “fue amor a primera vista, nos conocimos, al mes ya estábamos viviendo juntos y ya son 19 años de eso”, recuerda. Cuando habla de ella sonríe, además asegura que uno de los tatuajes del que más se enorgullece son las iniciales de su pareja que las tiene inscritas en la parte izquierda de su cuello, además del nombre de sus hijos y sus padres que forman parte de todo el gran lienzo que lleva dibujado en su torso, piernas brazos, pies, cabeza y en sus genitales.
Entró a un bar y pidió otra cerveza, los meseros se acercaron a él y le pidieron otra fotografía, como ya lo habían hecho otras personas en más de 10 ocasiones en aquella tarde, accedió gustoso. Es casi como acompañar a un estrella de Hollywood, solo que Víctor muestra humildad en todo momento. Una vendedora de cigarrillos lo mira con recelo y el artista le llama: “querés una foto, acercate, perdé el miedo”, le dice con su acento uruguayo. “Yo no tengo problemas con nadie y si alguien tiene problemas conmigo, seguramente no se anima a decírmelo”, sentencia, mientras vuelve a posar frente a la cámara de un vendedor de gafas.
Víctor Peralta se toma una ‘selfie’ con una chica que le pidió una fotografía. Foto: David Landeta/EL COMERCIO
Y sus días ¿cómo son?
Normales, como los de cualquiera. Víctor se levanta y atiende a sus mascotas, luego se dirige a su estudio a tatuar y trabajar en sus otros negocios: todos los años organiza una convención de tatuajes en Buenos Aires y eso le ocupa gran parte del tiempo. Además, tiene un espacio para realizar espectáculos circenses en El Circo del Infierno espacio en el que realiza suspensiones, espectáculos con agujas y más ‘shows’ extremos. Trabaja junto a Gaby, su esposa, quien sufrió un accidente en Colombia y se fracturó el radio, por eso debe quedarse en casa “ya no coge AM ni FM hasta próximo aviso” bromea Peralta.
Gran parte del tiempo está viajando, esa es la parte ‘fuera de lo común’ que tiene su vida. Pero cuando está en casa le gusta comer un asado con sus amigo y tomar cerveza; antes jugaba fútbol, inclusive lo hizo de manera semiprofesional en las divisiones menores del Club Atlético San Miguel de Isidro Casanova, hasta que se puso cuatro implantes en forma de estrella en su cabeza que le hicieron dejar de lado el deporte, esto porque se olvidaba que tenía estas prótesis y le dolía cuando cabeceaba el balón.
Su corazón esta dividió entre Uruguay, país en el que nació, y Argentina, lugar en el que vive, por eso es hincha de dos equipos: Nacional de Montevideo y River Plate de Argentina; sobre sus costillas tiene tatuado el número 14 en blanco y rojo que representa a los Borrachos del Tablón, barra brava de River. Aunque si el equipo argentino tuviera que enfrentarse con el uruguayo, alentaría al Nacional, “la sangre del país en el que uno nació te llama”, concluye.