
Río Machángara en el sector de Caupicho, enero de 2017. Foto: Archivo EL COMERCIO
¿A dónde van a parar las aguas servidas de Quito?

Desde la comodidad de Quito, abrimos el grifo y sale agua en buen estado. Viene directo de nuestros páramos, así que no nos detenemos a pensar en lo mucho que cuesta conseguirla en otros puntos del país. Y no es que falte agua dulce; es que cada una de las pequeñas acciones que llevamos a cabo, como el simple hecho de jalar la cadena del inodoro, deterioran el suministro de agua de comunidades. Esto, en un planeta donde mueren más personas por agua contaminada que por conflictos armados.
Quizá recuerdas el éxito de 1987 de Los Toreros Muertos, Mi Agüita Amarilla. Imagínate qué tan distinto hubiera sido si la letra, en lugar de decir, “y llega a un río, la bebe el pastor, la beben las vaquitas, riega los campos”, dijera: “llega a una planta de tratamiento donde se llevan a cabo procedimientos biológicos aeróbicos para desintegrar el material contaminante y se aplica un proceso de filtrado que finalmente permite reutilizar el agua”.
Se espera que para 2020, Quito sea el cantón más poblado del Ecuador con casi 2,8 millones de habitantes. Casi tres millones de personas con acceso a parques, calles pavimentadas, iluminación pública, un renovado aeropuerto, un sinnúmero de actividades culturales e inclusive un metro subterráneo; una metrópoli desde cualquier punto de vista.
Sin embargo, la realidad es cruda. Primero, a diferencia de capitales vecinas como Bogotá o Lima, los habitantes de Quito consumen más agua (potable). La Organización Mundial de la Salud recomienda 80 litros diarios de agua por habitante, pero Quito tiene un promedio de uso de 200 litros diarios per cápita; frente a 140 litros diarios por habitante en Bogotá o a 163 litros de agua al día en Lima. ¿Mal hábito o escasa conciencia?
El agua es un recurso vital. Segundo, el excesivo consumo supone contaminación. También a diferencia de Bogotá o Lima, la ciudad tiene pocas plantas de tratamiento de aguas residuales en comparación con el tamaño de su población.
En estos momentos, opera en Quitumbe, sur de la urbe, una planta de tratamiento inaugurada en 2017. Es una instalación con capacidad para depurar las aguas de 75 000 habitantes. Pero Quito ya tiene 2,6 millones de habitantes (proyección del Instituto Nacional de Estadística y Censos).
¿Las aguas servidas de Quito tienen salvación?
Afull conversó con el subgerente de Construcciones de la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento de Quito (Epmaps), José Burbano, quien aseguró que “se han construido varios kilómetros de interceptores y pozos separadores de caudal, desde el sur hasta El Trébol (centro). Hasta el año 2019 se tendrán todos los cauces del sur sin agua contaminada”, asegura. La inversión en estos proyectos bordea los USD 100 millones e incluye la cobertura de las quebradas Ortega, Capulí y la del río Machángara.
¿Por qué solo hasta El Trébol? “Porque el gran proyecto de Vindobona tiene previsto iniciar un túnel justo desde ese punto hasta la Mitad del Mundo. Se hará un túnel de unos 28 kilómetros de largo y ahí va la planta de tratamiento que va a depurar 7 500 litros por segundo”.
Vindobona es un proyecto a gran escala que ahora se encuentra en búsqueda de financiamiento y plantea el tratamiento de aguas desde El Recreo, pasando por Monjas, Zámbiza, el Comité del Pueblo y Calderón.
“En este momento se está buscando una alianza público-privada para la construcción, mantenimiento y operación de esa planta, dado que la inversión es de USD 900 millones. Como tiene un costo muy elevado, la Epmaps no puede asumir por sí sola el valor del proyecto”, dice el funcionario de la empresa de Agua de Quito.
Para Blanca Ríos, PhD en Ecología y docente investigadora de la Universidad de las Américas (UDLA), Vindobona “es un proyecto carísimo; un plan tan a gran escala que va a tardar años, si es que hay los recursos”. Ella es partidaria de otro proyecto que en su momento se había planteado: varias plantas de tratamiento a lo largo de toda la ciudad. “Era un poco más caro. Pero ese era el plan que a mí me gustaba más porque se podía ir implementando poco a poco”.
José Burbano refiere que los estudios para la construcción del proyecto Vindobona están terminados (costaron cerca de USD 10 millones) y que “tenemos una planta en Quitumbe que trata 100 litros por segundo. Esta planta puede llegar a tratar las aguas de hasta 100 000 habitantes”. A esto se suman, dice, 22 plantas más, como la del sistema nueve en Conocoto y otra en Píntag. “Con este sistema, se pretende cubrir el 100% de las aguas de Quito. Solamente con el proyecto Vindobona, más la planta de Quitumbe, estaremos tratando alrededor del 98% de las aguas de la población de la capital”, sostiene.
“Valores de alcantarilla”
El problema de la contaminación se evidencia en los ríos Machángara, Monjas, Pita y San Pedro, que desembocan en la cuenca del río Guayllabamba. La docente Blanca Ríos realizó su tesis de maestría sobre la calidad ecológica de la cuenca alta del Guayllabamba, que incluye el Machángara, y viene estudiando estos fluviales desde 2004. “El Machángara es un río que tiene niveles de contaminación que exceden la normativa nacional”, asegura la académica.
“Si comparas los valores de coliformes fecales, en lugar de ser agua de río contaminada, tiene valores de alcantarilla”, dice la especialista en ríos de aguas dulces y agrega que el río “tiene signos de alteración ecológica y contaminación por entrada de descarga urbana” casi desde su nacimiento.
En 2017, con el apoyo de la UDLA, Ríos llevó a cabo un nuevo muestreo en estos sitios. Los resultados de este estudio saldrán próximamente a la luz. “El panorama es que no tenemos mucha mejora en ningún sitio y en las partes bajas del San Pedro, del Pita y del mismo Machángara la situación es incluso peor de lo que ya era”, sentencia. Ríos aclara, sin embargo, que este es un problema que "venimos acarreando desde hace décadas".
Pero los coliformes fecales no son el único contaminante que se puede hallar en esas aguas. También hay estresores múltiples; entre ellos, fármacos, pesticidas, agrotóxicos, partículas de plástico.
Andrea Encalada, PhD en Ecología de aguas dulces y docente en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), explica qué significa tal grado de contaminación. “Los sistemas acuíferos están acostumbrados a recibir materia orgánica porque contienen descomponedores naturales, pero cuando tiras mucha materia orgánica, el río va a reaccionar y los descomponedores van a empezar a multiplicarse muchísimo, lo cual significa que otros hábitat disminuyen y esto va a aminorar la diversidad que tiene el afluente”.
En otras palabras, los elevados niveles de carga orgánica en el agua no permiten la vida de invertebrados y vertebrados. Encalada señala que entre las afectaciones a la salud humana que acarrea la falta de tratamiento de aguas residuales se encuentran diversos tipos de enfermedades intestinales y afecciones a la piel, en especial hongos. Con las aguas estancadas, más aún si se encuentran en estado de descomposición, se generan padecimientos relacionados con mosquitos como el dengue o la malaria.
“Hay agentes biológicos que por procesos de potabilización se pueden eliminar, pero están todos esos otros químicos y metales pesados que no se van a ir con cloro. Hay un estudio de contaminantes emergentes que habla de la presencia de ciertos fármacos a lo largo de todo el Guayllabamba y el Esmeraldas, pero no hay investigaciones profundas ni monitoreos constantes que permitan encender las alarmas en ciertos puntos”, menciona Blanca Ríos.
¿Qué destino tienen las aguas servidas de los quiteños?
Con la colaboración del Ingeniero Juan Carvajal, técnico del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi), Afull trazó la ruta de las aguas contaminadas del río Machángara que llegan al Guayllabamba y al Esmeraldas hasta el océano Pacífico.
El Machángara nace a la altura del barrio Caupicho, en el sur de Quito, con afluentes del río Pita y el Santa Bárbara, que llegan desde el manantial del Cotopaxi. “Cuando empieza a llegar a las zonas pobladas, comienza el envío de aguas negras al río”, asegura Carvajal. A la altura de Caupicho ya hay dos grandes colectores que descargan aguas residuales del sur de la ciudad en el Machángara. En El Recreo y Guápulo hay más colectores, que cumplen la misma función.
Siguiendo la ruta hacia el nororiente, el río se une con el San Pedro (que también viene contaminado desde la zona habitada del valle de Los Chillos) y el Pita y el Chiche (que reciben aguas negras del valle de Cumbayá, Tumbaco y Puembo). A la altura del aeropuerto Mariscal Sucre, en Tababela, también hay dos grandes colectores. Después sigue su curso a la Mitad del Mundo, donde se une con el Monjas (que viene desde El Condado) en la cuenca del Guayllabamba. Mientras va avanzando, la carga de contaminación se reduce porque llegan otros afluentes limpios, como el que viene del Pululahua. Ya en la zona del Chocó, el río llega a Manduriacu.
La Central Hidroeléctrica Manduriacu, que aprovecha las aguas del Guayllabamba para la generación de energía eléctrica entre los cantones Quito y Cotacachi, genera otros factores que afectan finalmente al río Esmeraldas. “La contaminación no es culpa de la represa, pero esta la retiene y la suelta en determinados puntos, provocando unos picos que antes no existían. Eso empeora el escenario porque ya no es la carga del caudal, sino que es una carga retenida y acumulada que se está soltando en un momento”, comenta Blanca Ríos.
En mayo de 2016, EL COMERCIO registró la muerte de cientos de peces en Esmeraldas y Quinindé debido a los sedimentos liberados al abrirse las compuertas de Manduriacu. El mismo fenómeno se registró en enero de 2018.
Una vez que pasa por la represa, el Guayllabamba sigue su cauce hasta encontrarse con el río Blanco, el cual recibe las aguas del Quinindé. La fusión del Guayllabamba y el Blanco forman el río Esmeraldas, que en su último tramo pasa por la capital de la provincia verde y desemboca muy cerca de Playa de las Palmas, para entrar finalmente en el Pacífico.
El agua del río Esmeraldas es utilizada por pobladores de las zonas ribereñas para actividades cotidianas, como lavado de ropa, utensilios de cocina o inclusive para pesca artesanal.
Esfuerzos de conservación del Municipio
“La diversidad de agua dulce está mucho más amenazada que la diversidad terrestre”, argumenta Andrea Encalada. “Los sistemas de agua dulce, al ser un porcentaje tan bajo en el planeta, están altamente amenazados porque son el recurso hídrico que necesitan los humanos. Pero además es un ecosistema. Nosotros estamos acostumbrados a definir el río como un recurso, pero no lo vemos como lo que también es: un ecosistema”.
Sin embargo, no todo es negativo en cuanto a la conservación del agua en la capital. Blanca Ríos destaca la labor del Fondo para la Protección del Agua de Quito (Fonag) y de la Epmaps en la conservación de cuencas hidrográficas. “Las áreas de conservación del Distrito Metropolitano marcan formas más sostenibles de uso del territorio y al mismo tiempo están protegiendo los recursos hídricos. Estas prácticas un poco más amigables garantizan que el vecino de más abajo no va a recibir agua con pesticidas o aguas contaminadas para su uso”.
En toda la zona que se conoce como mancomunidad del Chocó Andino existe la presencia de áreas protegidas municipales que se denominan Acus (Áreas de Conservación y Uso Sustentable), que están protegiendo muchas cabeceras de río. Además, se promueven el uso sostenible del territorio para la conservación de especies.
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La USFQ y la UDLA organizan el Congreso Ecosistemas Acuáticos Tropicales en el Antropoceno (Aquatrop), que se llevará a cabo del 23 al 26 de julio de 2018 en Quito. Este encuentro incluirá nueve charlas magistrales de invitados especiales, enfocadas en los cambios que sufren los ecosistemas de agua dulce debido a la intervención de los seres humanos.