En la Época Colonial en Quito se cumplían rituales muy estrictos relacionados a los difuntos. Foto: Archivo/EL COMERCIO
En un paseo por el Centro Histórico, realizado el pasado viernes 28 de octubre del 2016, la beata María Alegría de la Divina Concepción Donoso Zambrano Suasnavas, personificada por una actriz de la fundación Quito Eterno, habla sobre los rituales típicos y las tradiciones al tratarse de la muerte en el Quito antiguo, específicamente en la Época colonial.
Siempre viste un traje de luto de la época, su rostro no se distingue bien por el velo que lo cubre. A sus manos le tapan unos guantes y carga una máscara como símbolo de la dualidad de la vida y la muerte, recuerda.
El Quito colonial tenía tradiciones específicas que acompañaban a la muerte de un ser humano. En algunas familias todavía se reproducen estas actividades. A continuación te contaremos sobre lo que sucedía con el fallecimiento de los quiteños en el siglo XIX.
En le Época de la Colonia los rituales que se realizaban, alrededor de la muerte, la gente consideraba que eran importantes para el descanso del alma. Foto: Martha Susana Vivero/EL COMERCIO
Los Oficios de la Muerte:
Plañideras
En la ciudad, las familias más poderosas contrataban a plañideras para que asistieran al velorio y se dediquen a llorar. Incluso, se les daba un vaso y mientras más llenen el vaso de lágrimas, más se les pagaba. En esa época, ser plañidera se convirtió en una actividad – incluso considerada profesión – muy lucrativa.
Embalsamadores
En el siglo XIX se descubrió que el objetivo principal de la formolina o el formól es sustituir a la sangre dentro del cuerpo para conservarlo. La actividad de los embalsamadores se basaba en ‘vaciar’ al cuerpo, limpiarlo y llenarlo con polvos, bálsamos y hierbas. Luego se procedía al vendaje del cuerpo con telas y lienzos.
Las personas, sobre todo los hombres, eran seleccionados para este ritual y así, mediante el embalsamiento de su cuerpo, ellos no serían olvidados nunca por la sociedad. Si era alguien afín a una orden religiosa se utilizaba la mortaja o el hábito de esta orden para que “cuando la muerte lo viera, reconociera que fue un buen hombre”.
Embalsamar los cuerpo era considerado un oficio en la antigüedad quiteña. Foto: Martha Susana Vivero/EL COMERCIO
Fotógrafos de la muerte
La tradición de tomar fotografías después de la muerte fue traída desde Europa en la Época del Romanticismo en el siglo XIX. “Era ahí donde la vida y la muerte debían ser románticas. Entonces, para enterrar se creaban escenografías hermosas para fotografías después de muerto”, asegura este personaje. Cuando una persona moría, lo normal era utilizar un maquillaje natural y una vestimenta típica para que en la fotografía pareciera que el difunto estuviera vivo.
A los niños, por ejemplo, se les enterraba de blanco porque aseguraban que eran seres puros de alma y que así sería más fácil para ellos llegar directamente al cielo. Sin embargo, la familia creía que si la gente cercana al niño no había aportado lo suficiente a la iglesia, su alma permanecería en el purgatorio por un largo tiempo. Además, el velorio de los niños simulaba lo que la gente creía que era la muerte de un ángel. Según la encargada de comunicación de Quito Eterno, Lucía Yánez, un niño debe ser libre de pecado, por eso, toda la vestimenta, los adornos en las carrozas fúnebres y hasta el ataúd era de color blanco.
Publicidad de un fotógrafo de cadáveres de la Época. Foto: Martha Susana Vivero/EL COMERCIO
El Luto y el Buen Morir:
En el Quito del siglo XIX, el luto que se debía tener luego de la muerte de algún familiar cercano duraba dos años, como mínimo. Eso era lo aceptado y lo acordado entre la gente de la sociedad, un luto de menor tiempo era ‘mal visto’ y hasta rechazado. Además, la casa del fallecido debía tener cortinas negras y los espejos debían estar cubiertos con telas de ese color, los relojes se debían detener a la hora en la que falleció la persona y no se aceptaban visitas durante dos años.
En las familias de renombre existían libros y tratados que especificaban que, para tener una buena muerte, el difunto debía dejarlo todo arreglado y con Dios. Por eso, el testamento era algo muy importante en esa época y en ese documento debían describir cómo exactamente querían ser enterrados y la cantidad de rezos que querían en su velorio. Por supuesto, mientras más rezos tenían, más rápido se ganarían el cielo.
Existía una creencia que si la persona estaba agonizante, su alma estaría penando entonces a ellos se les daba una bebida llamada “la agüita del descanso” hecha en base de: leche materna y hierbas, entre otras cosas. Esta bebida los haría descansar, para siempre.