Zelaya y Honduras

Un presidente liberal de centro-derecha convertido por arte de magia en nacionalista de izquierda y además miembro de la Alba, justo en un país exacerbadamente conservador, con estrictos candados institucionales. Un país extremadamente pobre, dependiente de las remesas de inmigrantes estadounidenses y del comercio con Estados Unidos, su principal socio comercial. Ciertamente un coctel de fatales ingredientes.

Después de dos semanas críticas en Honduras, es cada vez más claro que Manuel Zelaya tenía que tener la precisión de un cirujano para realizar cambios sin romper la Constitución y las leyes establecidas, y además continuar con su campaña de promover una Asamblea Constituyente y un proyecto de reelección al mismo tiempo. Las estructuras legales, heredadas de la transición democrática, dejaron al país de manos atadas, siempre bajo el tutelaje de las Fuerzas Armadas, que siguen siendo muy fuertes en el país a pesar de los casi 30 años de orden democrático.

Por eso es que la crisis se desata por la decisión del Comandante en Jefe de emitir un comunicado de advertencia contra la encuesta que quería realizar Zelaya.
Honduras es un caso típicamente latinoamericano, donde hay muchos culpables. Primero, una clase política atrincherada, pasmada por el statu quo, incapaz de reaccionar frente a los retos que le ha puesto la propia historia, donde lo fundamental es la extrema situación de pobreza de su pueblo. Una economía frágil, dependiente al extremo de productos agrícolas primarios, incólume mientras lleguen las remesas de sus emigrantes. Tanto Zelaya como el Congreso hondureño y los militares una vez más han jugado con el tiempo y el futuro de miles de ciudadanos.

Zelaya debe ser restituido. No hay justificación alguna para un golpe de esta naturaleza en el escenario internacional. La OEA lo ha dicho, lo mismo EE.UU., la Unión Europea y con más fuerza España, a más de casi todos los países latinoamericanos. Pero si Zelaya vuelve a la Presidencia, su legitimidad y su fuerza dependerán exclusivamente de la comunidad internacional y de la presión que esta haya ejercido sobre el Gobierno transitorio e ilegítimo. ¿Qué pasará con el apoyo interno? ¿Qué harán el Congreso y los militares?

El régimen de facto sabe que la situación puede salirse de control y nunca pensó en la gran influencia que actores internacionales como la OEA, la ONU y EE.UU. pudiesen tener sobre este tema.

Esto, sumado a las sanciones diplomáticas y económicas, es lo que más le preocupa por el momento y todo parece indicar que no sabe cómo enfrentarlo. Para Honduras no hay salida fácil, y ojalá que la violencia no se sume a esta crisis, porque el epílogo sería fatal. Honduras nos demuestra una vez más que la construcción de la democracia no es fácil y por tanto cualquier salida en falso pueden lesionarla gravemente.

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