Los yumbos danzaron, el pasado lunes 16 de diciembre del 2019, en el centro de Quito. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
Llega diciembre y los yumbos de La Magdalena dejan su hibernación y se ponen a repasar la danza que ofrecerán al Niño Jesús. Entre el 24 y 26 de diciembre del 2019 celebran el pase y la solemnidad de la liturgia se combina con la danza pagana.
Esta fiesta es ancestral y ha pervivido en este sector del sur de Quito por la comunidad. Lo primero que se hace es nombrar al prioste que ultima los detalles de la celebración.
La solidaridad es enorme, a tal punto que el cofrade elige las jochas para ayudar a realizar la fiesta. El Niño de La Magdalena es una escultura de la familia Costales-Quilachamín, del siglo XX y mide 35 cm.
Para el 24 de diciembre todo está listo y los que abren el pase del Niño son los yumbos, ellos salen de San Diego. Los ‘comparseros’ aumentan con delegaciones de archidonas, negros, pastores y diablos huma. Todos pisan fuerte, al son de tambores y pingullos.
Luego bajan por la calle Bahía hasta llegar a los Dos Puentes. Esos personajes lideran la procesión y avanzan por la Mariscal Sucre, Rodrigo de Chávez e iglesia La Magdalena. Tras de ellos se divisan a la Sagrada Familia, a las bandas de pueblo, a los fieles.
¿Por qué la presencia de los yumbos? Para decir que el Jesús nace para todos (pobres, indios), dice Patricio Guerra, cronista de la Ciudad. La presencia de estos grupos queda refrendada en pinturas del siglo XVIII, cuando subían a Quito para intercambiar productos del noroccidente (coca, sal, ají, frutas, entre otros).
El cabecilla de los yumbos, René Lumbaña (der.), participa en los ensayos de la danza que se realizará el 24. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
Estos yumbos nada tienen que ver con sus colegas de Cotocollao, Rumicucho, San Isidro del Inca, Pomasqui, Tola Chica, San Francisco de Conocoto, comenta René Lumbaña, cabecilla de la yumbada.
Cada uno tiene su propia referencia, integridad y elementos simbólicos. Bailan en sus fechas, y los del sur de Quito solo lo hacen en la Navidad.
Esta tradición se mantiene por más de 150 años, anota Fredy Simbaña, antropólogo. Sin embargo, aclara que “la primera cruz y la forma de la iglesia en el sur de la capital existió desde 1622, en ese año comenzó la época de la religiosidad y a la cual se fueron uniendo actores y personajes”.
A toda esa riqueza de la yumbada se debe poner valor y buscar la posibilidad de declararla Patrimonio Inmaterial del Distrito, para generar un proceso de generación, dice Simbaña.
Sin embargo, “llama la atención que -por segundo año- no se permita que el pase del Niño se realice en el parque central de La Magdalena”, agrega.
Actualmente, hay 100 yumbos de diciembre, que viven en tres barrios sureños: Marcopamba, La Raya y Chilibulo. Pero de este último sector es el mayor número de integrantes, afirma Lumbaña. Con el tiempo, reconoce que los mayores son pocos; pero últimamente los niños están tomando la posta.
Hay tres pasos. Uno, cuando se baila el chalicargue, el cual se ejecuta a lo largo del pase del Niño; la gente alza el pie derecho y luego el izquierdo, al son del tono del tambor y el pingullo. Una vez que se llega a la plaza, viene el segundo baile: el charimoso. Se lo aplica justo para escenificar el wañuchi (matanza del yumbo a la yumba); se hacen tres golpes en el piso y se levanta el pie, luego con el otro. Ese es el momento cúspide, mientras en la iglesia se oficia la misa de Navidad.
Esa representación dura 45 minutos. Simbaña acota que en la muerte del yumbo se reencarnan todos los problemas: desempleo, odio, corrupción, agresiones… La matanza es una transición a un nuevo año, a través de un ritual simbólico y en el cual participan familias originarias del sector.
El Niño es la protección de la fiesta, de los priostes. Bailan por la fe y la energía positiva y a través del Niño se fusionan esos símbolos para entender la interculturalidad.
El tercer paso es la despedida, se baila con los dos pies y se ejecuta en el tercer día (26 de diciembre). En los tres actos se usa una vestimenta tradicional; el hombre con camisa y pantalón blancos, más dos pañuelos cruzados en la espalda, la peluca larga, la incha adornada con monedas y plumas de tucán. Y la chonta.
El cabecilla suele llevar un bastón de mando de casi dos metros de largo y en la punta cuelgan cintas de colores. Esas telas son una especie de trofeos que le obsequia.
Las yumbas, hombres que se visten de mujer, llevan anaco, peluca negra, incha y careta de malla. Las mujeres no pueden intervenir en este ritual, porque “el baile es duro y no aguantan”, cree Lumbaña.
Antes se amanecían; comenzaba a las 18:00 hasta el siguiente día. Actualmente, en el 24 de diciembre danzan desde las 14:00 hasta las 22:00. El 25 arrancan a las 07:00 y hasta que el cuerpo aguante, en la casa del prioste del 2020.
Simbaña explica que en la yumbada hay hombres que asumen el rol de mujeres (yumbas) y emulan elementos de la economía, del bienestar familiar. Como la cultura va cambiando, confirma Lumbaña, para este año tendrá por primera vez a cuatro mujeres. Para el último día (26), los yumbos van a la casa de la síndica para agradecerle su apoyo para que dancen. La gente goza, incluso, los priostes que ya están elegidos hasta el 2030.