Woody Allen

‘Soy lo suficientemente feo y bajo como para triunfar por mí mismo”, ha dicho el cineasta Woody Allen.

Sus frases son inteligentes, irónicas y certeras. Dan en el blanco de nuestros prejuicios, límites y carencias. Nos sitúan en la burla perpetua de nuestra inferioridad y en la crítica constante a quienes se sienten  superiores. Su vida y  obra parecen indisolubles. Nadie como él puede ofrecer una broma cruel respecto a su infancia y hacerla sentir como verosímil: “Mis padres no acostumbraban a pegarme. Lo hicieron una sola vez, empezaron en febrero de 1940 y terminaron en mayo de 1943”.

O sobre su propia sexualidad: “La última vez que estuve dentro de una mujer fue cuando visité la Estatua de la Libertad”.

Nadie como él tan judío como para bromear con un tema sensible: “Cuando escucho a Wagner durante más de media hora, me dan ganas de invadir Polonia”.

La risa como antídoto a nuestras desgracias. Nos lo hace saber en Manhattan. Allen ve una película de los hermanos Marx. Fiel al espíritu anarco-surrealista de Groucho, desemboca en un final  hilarante  sin sentido. No hay lógica en su forma de hacer reír. La vida es así, dice  Allen, absurda e insensata, pero hay que reírse...

Esta noción existencial está en e sus libros y películas. Es Bergman y Sennet al mismo tiempo; las enseñanzas de Freud o Camus.

“No creo en una vida posterior, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior”, escribe, o “No es que tenga miedo a morirme, es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”.

Nuestra mortalidad y sexualidad como únicos parámetros: “La diferencia entre la muerte y el sexo es que la muerte es algo que puede hacer uno solo y sin que nadie se ría después de ti”.

¿Por qué nos gusta Woody Allen? Porque es el bufón que se acuesta con la reina. Tan feo y miren sus parejas fílmicas: Mariel Hemingway, Scarlett Johansson, Elizabeth Shue, Amanda Peet, entre otras. Es el  Bogart debilucho que nos recuerda: sí se puede. Es el no apto que triunfa. El no afortunado que recibe aplausos. El verbo que mata carita. Se dio el lujo de quedarse a tocar el saxo en lugar de ir a recibir  su Oscar.

-¿Por qué es usted tan narcisista?- lo cuestiona un reportero.

-Hay muchos personajes mitológicos con los que me podría comparar, pero no con Narciso.

-¿Entonces, con quién?

-Con Zeus.

Ése es Woody Allen. El triunfo pírrico del psicoanálisis. El buen amante que practica mucho a solas. Aquel cuyo cerebro es su segundo órgano favorito. El que cobra 45 dólares de cover por escucharlo tocar los lunes con su banda de jazz en el Carlylel. El genio disfrazado de torpe y de feo.

El Universal, México, GDA

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