Andrea Rodríguez B. Editora
Con la intención, aunque sea remota, de entrevistar, vía Internet, a Jimmy Wales, fundador de la Wikipedia, envíe un mensaje a su correo electrónico. A las dos horas, llegó una respuesta que, traducida al español, decía: Jimmy Wales está fuera de su oficina, pronto le contestará.
Al final apareció el nombre de Sara Sullivan, su asistente. Nunca recibí una respuesta. Está claro que la gente ocupada se ve obligada a confiarle su privacidad a otra persona.
Ese voto de confianza le permite a un tercero revisar los correos e incluso enviar mensajes en su nombre.
Es una práctica tan común que un estudio de la consultora Forrest Group advierte que el 43% de los secretarios y secretarias, a escala mundial, escribe y envía mensajes en nombre de sus jefes.
¿Es su caso? Sobre esto no hay regulaciones. Hace un par de años, Steve Jobs, presidente de Apple, argumentó que a su buzón llegan tantos ‘mails’ que solo lograba revisar menos de la mitad.
En 2009, la administración Bush entregó más de 100 millones de mensajes electrónicos a los Archivos Nacionales Estadounidenses. ¿A Bush también le revisaban sus ‘mails’? ¿Dónde queda la privacidad tan defendida entre los cibernautas de Estados Unidos?
La próxima vez, le escribiré a Bill Gates.