‘Volví de Chile y vivo otro desastre’

Redacción Sierra  Norte
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La cabeza me daba vueltas. La imagen de las casas destruidas de los mashis (compañeros) y mi  vivienda desplomada me atormentaba durante el vuelo de regreso de Chile a Ecuador.

Abordamos el avión Hércules de la Fuerza Aérea Ecuatoriana a las 17:00 del viernes 12 de marzo. Nos esperaban 10 horas de vuelo, luego de hacer escala en Santiago y abastecernos de combustible en Arica.

La sensación de desamparo con la que vine de Chile se mantiene
Jorge Aguilar
emigrante que volvió de ChileEn otra  circunstancia   hubiera estado feliz por  volver   a mi querida Otavalo, tras 12 años de vivir en la comuna San Pedro de La Paz. Eso está cerca de Concepción, la segunda urbe  chilena más importante y la más afectada por el terremoto de 8,8 grados (Richter). El sismo mayor fue  a las 03:34 del sábado 27 de febrero.

Me sentía desesperado. ¿Cómo iba a mantener a mi esposa Susana y a mis hijos Ailín, de 7 años, y Saric,  de 12? Conmigo retornaban 89 runas (hombres),  huarmis (mujeres) y guaguas (niños). Creo que todos   compartíamos la misma preocupación.
 
Pero la sensación de desamparo con la que vine de Chile sigue.   140 otavaleños  aún  esperamos  el apoyo del Gobierno en las comunas La Compañía, Agato, La Bolsa, Peguche, Guaycopungo, Tocagón y otras.  Solo recibimos un bono de USD 60 para comprar comida el 25 de marzo. Muchos dormimos sobre esteras o en el suelo, como refugiados en las estrechas viviendas de nuestros parientes.

Todo esto es como un segundo desastre para nosotros. 

Como mi familia, la mayoría apenas cargaba algunas shigras (bolsos). Todo lo demás: casas, muebles y autos se perdieron con los sismos y los maremotos. El viaje fue  muy incómodo.

En lugar de asientos había unas mallas trenzadas que lastimaban el cuerpo. El sonido del motor nos ensordecía. Un día antes, el presidente Rafael Correa habló con los runas en el parque Ecuador en Concepción. Me emocioné tanto al oír su saludo en quichua. Nos prometió que si retornábamos a Ecuador tendríamos una vivienda digna, préstamos no reembolsables y educación para nuestros hijos. Le creí porque en ese momento llevaba 13 días durmiendo  con sobresaltos.

Cuando llegamos a Chile, mi esposa tenía 16 años y yo 23. Nos establecimos a las afueras de San Pedro de La Paz. Luego de 10 años de ahorros, en el 2004 compramos una casita de dos pisos. El primero de hormigón armado y el segundo de madera, un material cálido para enfrentar el invierno.
Invertimos las ganancias de la venta de ropa de lana, camisas bordadas a mano, wallcas, pulseras, sombreros, gorras, shigras y otros. Los chilenos nos pagaban  5 000 pesos o USD 10 por una camisa bordada que en Otavalo cuesta USD 5.

Las artesanías nos llegaban a través de las exportadoras otavaleñas.

Vivíamos en un barrio residencial de clase media. Los chilenos respetaban nuestra indumentaria y nos tenían cariño por ser trabajadores. Luego hicimos una feria artesanal con 50 carpas de estructura metálica en el balneario veraniego   Curanipe, 150 km al sur de Concepción.

Enero y febrero era la temporada alta.  En promedio ganábamos entre USD 400 y 500 mensuales. Cuando terminaba el verano volvíamos a deambular por las calles de Concepción ofertando las artesanías y esquivando a la Policía,  porque no teníamos licencia.

La madrugada del gran terremoto, mi familia y yo, al igual que otros 50 mashis, dormíamos dentro de las carpas en Curinipe,  sobre la arena a 10 metros del mar.

No sentí el primer sacudón. Estaba rendido porque laboré hasta las 02:00. Los gritos de mi mujer me despertaron.   

Creo que pasaron cerca de 5 minutos. Salimos sin rumbo y por suerte estábamos vestidos. La carretera  se había cuarteado y levantado como olas de asfalto.  Ir a Concepción en auto era imposible.   Por todos lados escuchábamos llantos, gritos y rezos. Nos agrupamos y vino otro terremoto.    

En la radio de un carro escuchamos que se avecinaba un maremoto. Corrimos como locos 10 km hacia el cerro.  Allí nos refugiamos hasta el 1 de marzo cuando nos encontraron los carabineros. El retorno a Concepción lo hicimos a pie y  en carro donde se podía. El miércoles 3 de marzo entramos a esa ciudad. A las 15:00  estuve al pie de lo que era mi casa... Solo hallé escombros.     

En el Consulado ecuatoriano hicimos un dormitorio general. Comíamos como en el ayllu ancestral, en olla común. El desayuno, el almuerzo y la merienda eran atún con galletas y algo de agua potable. Pero cuando esta escaseó, bebimos del río Bío-Bío.

Así pasaron los días hasta que el  discurso del presidente Correa nos convenció a venir a Ecuador.

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