Los ecuatorianos somos querendones, buena gente, amables y a momentos ingenuos. Somos leales y dignos. Nos disgusta que nos tomen del pelo y que nos vean la cara de tontos. Cuando eso pasa reaccionamos con unidad, altivez y energía. Somos rebeldes e inconformes, rechazamos la corrupción, las injusticias y la violencia. Hemos tumbado presidentes con movilizaciones pacíficas y alegres cuando sentimos abuso, traición y deslealtad.
Sin embargo, también somos proclives a la sumisión, al maltrato y a la obediencia. Echamos la responsabilidad al otro, no practicamos la autocrítica. Nos seducen el chisme, los apodos, la queja y la autocompasión. El sentimiento de culpa es nuestro sello. Por eso el pasillo es nuestra música nacional más querida. Nos gusta la autoridad dura, que nos ponga en orden incluso hasta con la fuerza, nos mande, pero que también nos proteja y ‘nos dé haciendo’. Somos cómodos, profundamente paternalistas. ¡Viva el papá… el líder o el Estado!
El éxito de muchos políticos y caudillos fue, es y será entender y utilizar estas claves de la cultura nacional que se formó durante mucho tiempo, desde la Colonia o antes quizá, y que se decantó en los todos los intersticios de nuestra forma de ser, de pensar y actuar.
De diversas fuentes se nutrió esta cultura: del indígena andino, del afro, del libre pensador liberal, del socialista y, sobre todo, del cura. Ciertamente, durante siglos la institución más influyente en nuestras tierras fue la Iglesia católica y el instrumento más poderoso la educación en los hogares y en las aulas.
Uno de los teóricos católicos más escuchados de fines del siglo XIX, cercano a García Moreno, el escritor, poeta y político Juan León Mera, publicó en 1880 un revelador texto ‘La escuela doméstica’, cuyas ideas penetraron por décadas en el corazón de este país. Para él la mejor educación es la paterna que se da a través de la combinación sabia entre amor y autoridad.
Los padres que se dejan llevar por un amor descontrolado por sus hijos pierden el control de ellos y los mal educan. Clama por el castigo oportuno y señala la gran inconveniencia de que los padres participen con sus hijos en juegos que les hagan perder autoridad.
Deben “exigir de ellos amor y veneración”. Con esto se conseguirán niños respetuosos a los mayores, nada traviesos y molestosos, y menos aún “mal criados, impertinentes, e insufribles”. Para Mera, la capacidad de diversión de la niñez es directamente proporcional a su baja capacidad intelectual. Todo niño travieso es tonto.
Los viejos memorismo, verticalismo, autoritarismo y castigo se colaron hasta hoy a pesar de las reformas educativas modernas. Están vigentes en la mayoría de casas y de establecimientos educativos del Ecuador. Es increíble, pero cuán presentes están Mera y García Moreno no solo en la educación.