Los restaurantes en la terraza de Puerto Santa Ana, junto al río Guayas, mantienen una presencia masiva en sus locales y se observa a personas esperando por mesas. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El bullicio de cientos de personas conversando, el tintineo de cubiertos y de copas llenan una larga terraza de Puerto Santa Ana, en el centro de Guayaquil, a orillas del río Guayas.
Una decena de restaurantes que ofrecen tragos con comida estaban llenos una noche del viernes 26 de marzo del 2021 y sin sitios disponibles para parqueos en la calle.
El ánimo despreocupado de los clientes, con sus platillos, sus vasos y sus cervezas, evoca tiempos previos al covid. Parejas o grupos, esperando por una mesa o decidiéndose sobre la mejor opción de local, estrechan el pasillo de escasos dos metros de ancho.
El espacio resulta insuficiente para transitar con holgura, mientras se escoge el sitio para pasar la noche.
“Las terrazas de cada local son pequeñas, se puede percibir algo masivo porque los locales están pegados, pero en la parte de afuera la idea es que por cada plaza no existan más de 25 o 30 personas”. Eso dice la administradora de uno de los restaurantes, que prefirió no ser identificada.
“La idea es hallar un balance, porque el Municipio ya nos clausuró una vez”, recuerda.
La concurrencia a Puerto Santa Ana contrasta con otras zonas de diversión nocturna como los barrios Urdesa y Kennedy, en el norte, que reciben muy poco público o solo la mitad de su capacidad.
Un 50% de los locales de diversión nocturna se mantienen cerrados de forma temporal o definitiva, tras un año de prohibición de apertura por la pandemia. La otra mitad ha migrado al modelo de restobar, según la Asociación de Centros Nocturnos de Guayas.
“Mataron la vida nocturna de Guayaquil, negocios se cambiaron a sitios cercanos como Samborondón, Daule o Durán, con más flexibilidad. La gente viaja los fines de semana a farrear a Montañita, en Santa Elena, hasta las tres de la mañana. Y la clandestinidad nos gana también la batalla”. Se lamenta Patricio Pareja, dueño de la discoteca Ibiza y vocal de la Asociación.
La discoteca Ibiza se convirtió en restobar para sobrevivir, pero tiene pocos clientes. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
La tradicional avenida Víctor Emilio Estrada ha recuperado parte del movimiento nocturno de transeúntes. Pero la mitad de los locales destinados a la venta de comidas y bebidas alcohólicas lucen sin un alma, en Urdesa, o solo con un par de mesas ocupadas. Mientras otros tienen el sitio lleno en el aforo controlado del 50%.
En la zona de la Kennedy, también en el norte, solamente sobreviven dos de los 14 centros de diversión nocturna que estaban antes de la pandemia.
En la avenida Francisco de Orellana, la principal arteria del norte de la ciudad, el tránsito de vehículos es fluido, pero las calles secundarias de acceso a los locales lucen desiertas.
La discoteca Ibiza ahora funciona como restobar. A las 21:00, una hora antes de que termine el horario para vender licor en Guayaquil, solo hay seis personas y la música ‘deep house’ no alcanza para animar la gran estancia con otras 12 mesas vacías.
Tres personas departen en una mesa, junto al escenario donde se observan los equipos musicales para un concierto.
El Municipio les propuso a los centros nocturnos migrar a restobar desde septiembre pasado. La venta de licor como acompañamiento de alimentos se permite hasta las 22:00, con un aforo del 50%, y hasta la media noche pueden ofrecer platos de la carta.
El gremio busca que el horario límite de venta de comida y oferta de licor sea el mismo. La propuesta que hicieron a la Alcaldía es extenderlo hasta la 01:00, al menos para los negocios que tienen un permiso de turismo y que esté en regla.
Pero el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) Cantonal limitó esta semana la venta de licor hasta las 22:00 para establecimientos al por menor. Y también autorizó el expendio de bebidas de moderación (vinos, cervezas y aperitivos) a los restaurantes durante sus horas de operación.
Las muertes por covid-19 se incrementaron en una semana de 11,7 a 15,6 fallecimientos diarios en la ciudad y la ocupación de camas de cuidados intensivos está al 100% en el sistema público. Las autoridades hablan de extremar los controles.
En Urdesa cerraron una decena de los 16 centros nocturnos asociados. El soportal del tradicional bar El Manantial luce con sus mesas llenas el viernes en la noche, ubicadas a distancia. El local esquinero reabrió hace dos meses, luego de un cierre temporal.
Alejandro Olaya, un cliente, le dice a su pareja que prefiere una mesa afuera al llegar a Cherusker, un gastropub de cerveza artesanal en la Víctor Emilio y Laureles, en Urdesa.
“Ahora es como un trauma entrar a un ambiente cerrado, prefiero estar en exteriores si voy a tener que quitarme la mascarilla”, dice Olaya, de 41 años. “La idea es hacer algo diferente el viernes, tomarnos un par de cervezas”.
Las vitrinas de Cherusker dejan ver la animada actividad adentro, con 10 grupos diferentes de comensales, y el aforo permitido. La capacidad del local es de 150 personas, reducida ahora a la mitad.
“La presencia de público fluctúa, unos fines de semanas mejor que otros, depende de la pandemia y de las disposiciones del COE”, dice Juan Carlos Giler, administrador. La facturación alcanza la mitad de los niveles previos al covid, añade.