¿Qué tal si en lugar de declararnos víctimas o héroes decidimos hacer un mejor periodismo?
Empecé como reportero semanas después del ascenso al poder de León Febres Cordero. Fueron años duros. Febres Cordero veía en cada periodista crítico un conspirador, un terrorista, un subversivo, un individuo peligroso para su proyecto de ‘reconstrucción nacional’.
Ese Gobierno nos persiguió, amenazó, intimidó. Hubo censura disfrazada. Hubo autocensura. Hubo silencios forzados. Hubo omisiones. Se nos trató de conspiradores. El ‘Gran Señor’ acusaba de “señoritas” a quienes hacíamos preguntas que no le gustaban. El ‘Gran Señor’, como sus sucesores, pensó que el poder le duraría para siempre.
Uno de sus más obsecuentes funcionarios, Joffre Torbay, solía decir, entre risas, que “el proyecto” era gobernar al menos 12 años seguidos porque “resultaba imposible cambiar un país en solamente cuatro años”.
Pero Febres Cordero se fue. Y llegó Borja. Y se fue. Y llegaron los Durán Ballén. Bucaram. Alarcón. Mahuad. Noboa Bejarano. Gutiérrez. Palacio…
¿Qué ha cambiado 25 años después de aquellos episodios de intolerancia, arbitrariedad y terror que protagonizó el socialcristianismo contra la prensa no sumisa a él?
El otrora omnipotente y tenebroso partido está en escombros, pero también están en escombros algunos conceptos y mitos acerca de lo que creíamos era ‘buen periodismo’.
Todos los que sucedieron a Febres Cordero, unos más que otros, agredieron, atacaron, acosaron, censuraron, enjuiciaron a medios y periodistas, muchas veces porque al poder no le gusta que le desnuden sus costuras, pero muchas veces también porque los periodistas cometimos gruesos errores, nos equivocamos, no hicimos de manera prolija nuestra tarea.
Veinticinco años después viene una ley para controlar a la prensa. En las salas de redacción ya vibra el miedo, un miedo enmascarado en cosas que habrá que tener cuidado de decir, que quizás no se deban decir, que dichas podrían conducir a la cárcel, el desempleo, el exilio o la muerte.
Es una ley fabricada y apoyada por quienes detestan a la prensa no adicta al poder vigente y por quienes en su ejercicio periodístico -supuestamente alternativo- no han puesto en práctica lo que tanto dicen repudiar de nosotros.
¿Qué hacer ahora? Yo creo que la respuesta es sencilla: hacer periodismo más riguroso. Ser más autocríticos, contextuales, precisos, responsables. Ser menos subjetivos, menos prejuiciosos, menos ligeros. Hacer un periodismo más inteligente, útil, creativo, contado desde la gente común.
La revolución ciudadana probablemente dure cuatro, ocho, 12 años, pero un día se irá. La calidad de periodismo que quede no dependerá de lo que hizo el poder político contra nosotros sino de lo que nosotros, siendo mejores periodistas, fuimos capaces de hacer.