Parece que todo funcionó a las mil maravillas durante la “cumbre” de siete vicepresidentes continentales, organizada y promovida por el del Ecuador, licenciado Lenín Moreno. Acaso la única excepción fueran unas inoportunas declaraciones del Vicepresidente de Bolivia, expresadas no en la propia cita pero sí el mismo día cuando se entregara el premio Nobel de Literatura, al peruano Mario Vargas Llosa, puesto que siendo en realidad la presea un verdadero homenaje a Latinoamérica, el Segundo Mandatario boliviano, dijo del novelista vecino que era “un político fracasado”, lo que resalta la impropiedad de la referencia.
El raquitismo doctrinario y las enraizadas y persistentes tendencias de estos pueblos al caudillismo y el populismo, bastan para explicar el papel muy secundario que han desempeñado los vicepresidentes. De hecho si se prescinde de casos como los de Blasco Peñaherrera Padilla y quizás también los de Gustavo Noboa Bejarano y de Alfredo Palacios, en la época contemporánea se vuelve muy difícil ubicar a segundos mandatarios que tuvieran importancia por sí mismos y no a la sombra de otro líder.
Aparte de eso, no es posible pasar por alto la desagradable costumbre de calificar como “cumbre” a cualquier cónclave que congregue unos cuantos funcionarios sobre todo de las naciones latinoamericanas, con una clara propensión a dejarse llevar de palabras o dichos, viniera o no el caso a cuento, pese a que la observación más realista debería autorizar solo para mencionar el ‘montículo’, el ‘collado’ o simplemente la ‘meseta’ si se desea mantener la fidelidad a las alturas de índole geográfica.
Hay que decir con todo énfasis, que nuestro Vicepresidente ha tenido el singular mérito de conferir entidad propia a la función que viene desempeñando y haber logrado ciertas transformaciones de auténtica profundidad.
No solo que Moreno se jugó una carta muy brava cuando generalizó la norma que obliga a toda empresa para dar trabajo a un número de discapacitados que equivalga al cuatro por ciento de su nómina, sino que ha impregnado de su estilo personalísimo al desempeño de sus tareas vicepresidenciales, y que también hasta donde pueda presumirse, la Vicepresidencia quedará marcada con la misión que hasta ahora se la ejecuta de manera acertada. En vez de rostros severos e inclusive agrios, Moreno da testimonios permanentes de buen humor, amabilidad y fácil comunicación con amigos y adversarios.
Y naturalmente que durante las fugaces horas de la “cumbre” de Quito, el ecuatoriano ha conseguido contagiar a sus ‘homólogos’ de un entusiasmo parecido; ofrecerles asistencia técnica y prender análogo entusiasmo por la causa de los más débiles, los más necesitados, las personas con condiciones especiales antes ignoradas casi siempre y ahora sujetos de preferente atención, como imperativos de esencial justicia.