Si hay una película actual que me ha dejado pensando es ‘La elegida’, una adaptación de la novela de Philip Roth.
No voy a resumir la película, pero en el centro del debate está la increíble capacidad que tienen los hombres en la vejez para caer en la trampa de los amores de mujeres que podrían ser sus hijas o sus nietas.
La historia se resume en el debate interior de un profesor universitario, de sesenta y pico de años, carismático, exitoso y mediático que se debate entre un apasionado enamoramiento hacia una joven estudiante deslumbrante de belleza, y su vida anterior, estable y controlada.
La película muestra lo que todos y todas sabemos: los hombres, ya maduros, y a veces más que maduros, tienen posibilidades amorosas y permisividad cultural relativas a su vida erótica, que ninguna mujer en las mismas condiciones se podría permitir. Muchas de las mujeres de mi generación están irremediablemente viviendo un desierto erótico que hemos aprendido a sobrellevar con humor, complicidad e imaginación.
¿Cuántas mujeres de 50, de 60 años o más, profesoras universitarias, como el protagonista de la película, pueden darse el lujo de enamorarse de un bello estudiante de 25 ó 30 años? ¡Y, créanme, que los hay, los hay!
¿Cuántas mujeres inteligentes, de cabellos grises y arrugas en la esquina de su sonrisa pueden esperar que un hombre trascienda este caparazón de la piel que nunca miente y llegue a los vericuetos de su historia? Y claro, Consuelo Castillo, interpretada por Penélope Cruz, es bella, mediterránea y alucinante para ese hombre tan seguro de sí mismo y tan encantador. Y Consuelo cae inexorablemente. Él y ella están inscritos en una cultura que les ha otorgado este privilegio.
En distintos eventos sociales, me encuentro estos hombres de mi generación, muchos con terceros matrimonios en compañía de mujeres que tienen apenas 30 años, y me pregunto si es su manera de luchar contra la vejez, si es su manera de negar el paso de los años y retrasar la única certidumbre que tenemos todos y todas.
Y no se trata de un debate moral, porque entiendo muy bien a estas jóvenes que se enamoran de hombres inteligentes, de sabios que les permiten madurar y crecer más velozmente.
Lo que me molesta son las diferencias de oportunidades. Basta hacer este ejercicio: cuenten cuántas mujeres de 50 ó 60 años están deseosas de compañía. Son mujeres maduras, inteligentes, llenas de experiencias vitales y de una misteriosa sabiduría. Deseosas de una relación con un hombre de su generación, pero casi todos están de nuevo ocupados con mujeres de la edad de sus hijas.
Talvez, como decía Betty Davis, la vejez no es para cobardes.
El Tiempo, Colombia, GDA