Edwin Hidalgo
La adolescencia de dos clases sociales limeñas se pinta en ‘La Ciudad y los Perros’, del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Está ambientada en el Colegio Militar Leoncio Prado, de Lima. Allí los alumnos reciben, a la vez, educación secundaria e instrucción militar. En los personajes de la obra, el lector se descubre a sí mismo y a algunos compañeros y profesores de la vida colegial.
El uso de los apodos es perfecto. ¿Quién no se sintió identificado con el ‘Poeta’, que es el mismo Mario Vargas Llosa? ¿O quién no tuvo compañeros como el ‘Esclavo’, el ‘Jaguar’, el ‘Boa’? ¿O profesores como el teniente Gamboa? ¿Y quién no se enamoró de una chica como Teresita?
Cierto es que el lenguaje usado por el autor es crudo y, aunque pocas veces, utiliza modismos limeños. Como el término ‘guachafo’, que aplica el ‘Poeta’ -de origen acomodado- a Teresita -más humilde- pese a estar enamorado de ella. ‘Guachafa’ es el equivalente limeño de nuestra expresión ‘cholita’. Incluso se usa como adjetivo: “Ese pata viste guachafo”.
Hasta el título de la obra es fácil de entender. La ciudad, evidentemente, es Lima. A diferencia del Ecuador, con sus dos polos de desarrollo (Quito y Guayaquil), Lima metropolitana es casi un tercio del Perú. Los perros son en algunos colegios ‘cachorros’ y en el Colegio Militar Eloy Alfaro, ‘reclutas’.
En esta obra Vargas Llosa usa técnicas literarias diferentes a las de una narración tradicional: saltos en el tiempo y cambios de punto de vista, por ejemplo. Eso no le quita el sabor del relato vívido y apasionante.
La visión política del escritor, en ese momento, era la prevalente en el denominado ‘boom’ de la literatura latinoamericana: revolucionaria y llena de ‘antis’. Su posición actual es diferente.
Además, el Vargas Llosa de hoy no es tan antimilitarista como el de 1963: en 45 años, los militares también cambiaron.