Las casas más grandes se levantaron sobre terrenos enormes, de 800 a 2 000 metros cuadrados. Y los amplios jardines frontales son una de sus marcas.
El transeúnte de calles como la Otto Arosemena en Urdesa Central se asoma a un vecindario de casonas blancas, con tejados de dos y cuatro aguas, algunas con reminiscencias coloniales.
Pero la mayoría de las viviendas prioriza el volumen, líneas rectas y los volados rectangulares sobre el adorno o lo ornamental. Todo en medio de pinos, palmeras altas, ceibos o frondosos samanes.
Los postes están pintados con colores pastel, como una promesa del Municipio de Guayaquil que pretende convertir a la Urbanización del Salado en el primer distrito creativo de la ciudad.
La mayoría de los jardines ahora están cercados y la sede de alguna empresa puede traer bullicio y disputa por lugares de parqueo a las aceras. Pero aún se respira el viejo esplendor del sector.
El barrio residencial se construyó a partir de 1955 sobre un terreno fangoso entre dos esteros en lo que entonces eran los extramuros del norte de la ciudad. Urdesa ofreció soluciones de vivienda para la clase media y alta. Pero el gran movimiento de transeúntes y vehículos provocó una concentración de comercios, restaurantes, bancos, tiendas, bares o discotecas. Hoy cuenta con más de 6 000 negocios.
La ‘magia’ está latente
En la novela corta ‘El fin de la familia’ (2019), el escritor Augusto Rodríguez ha retratado parte de los dilemas de Urdesa. “Ahora es un barrio de abuelitos”, dice. Los hijos y los nietos se fueron a vivir a Los Ceibos, o a las urbanizaciones cerradas de vía a la Costa o de Samborondón. “Una vez que mueren los abuelos, se venden las casas”.
Los herederos ya no quieren regresar, lo que contribuye a que se ahonde ese proceso de transición de casa residencial a comercio, explica Rodríguez. Él es urdesino y espera seguir viviendo allí, a pesar de problemas como la inseguridad, extendida a toda la ciudad.
Además, los negocios y el intenso tránsito vehicular han traído bullicio a calles en las que antes reinaba la tranquilidad. “El barrio ha perdido identidad y frescura, ahora es más impersonal”, dice el escritor. “Pero hay una variedad de lugares y de cosas que hacer, sigue siendo un sitio turístico, con algo de esa magia y chispa”.
¿Hacia un distrito creativo?
El arquitecto y urbanista Florencio Compte dice que en Urdesa confluyen por primera vez conceptos como el de ciudad jardín, con áreas verdes bordeando casas y zona residencial. También el de ciudad satélite, una población independiente con necesidades cubiertas. Y el de urbanización abierta y vinculada a la ciudad, diferente a la urbanización cerrada actual.
Es más, se alentó la vida barrial y la relación entre los habitantes. Las casas de clase alta se ubicaron alrededor de Circunvalación Norte y Sur, las de media alta desde Guayacanes y la clase media en límites con Miraflores, más al norte.
Compte dice que se requieren incentivos para conservar el talante residencial del sector. Y mecanismos de protección del patrimonio arquitectónico para impedir que se siga reformando.
Mientras que el plan municipal se centra en la dotación de cámaras y busca convertir a Urdesa “en el primer barrio seguro”. La Alcaldía anunció el 2021 un proyecto de regeneración integral, que incluye murales. Hasta ahora, la intervención del plan distrito creativo es más cosmética, con postes y tachos de basura coloridos.
El artista visual Daniel Adum, urdesino, fotografió el antes y después de decenas de casas con valor patrimonial que desaparecieron ante la falta de ordenanzas de protección. Ese trabajo lo volcó al libro ‘Urdesa’ (2014). Las fachadas con volados y volúmenes se convirtieron en estructuras de metal y vidrio de locales comerciales. “Ha sido una completa falta de respeto a la memoria del barrio, a su estética y arquitectura”, dice Adum. “Lo del distrito creativo me parece más una campaña de marketing, una intervención superficial de un año de la que luego se olvidan”.