Justo mañana, día del Bicentenario, asumimos la presidencia pro témpore de la recientemente creada Unión de Naciones del Sur.
También asistimos a la inauguración del primer período presidencial -dentro de una nueva Constitución- de Rafael Correa y al cierre de dos años de mandato. Demasiadas efemérides juntas, talvez tantas como proyectos de integración se gestan en América del Sur, sin profundizar en uno solo. ¿Es el camino la Unasur? ¿Puede realmente imponerse por sobre el deficiente Mercosur y la comatosa CAN?
Ojalá que sí, nada sería mejor que una Sudamérica unida, capaz de enfrentar problemas y solucionar conflictos graves, para luego dejar espacio y aire fresco para proyectos de desarrollo, para programas sociales conjuntos, para mejorar la desigualdad y la exclusión.
Por ahora, lo único que tenemos es un acuerdo de buenas voluntades de 12 países miembros, que amenazan con irse cada vez que alguna decisión pretende ir contra sus voluntades. Tenemos una Unasur con un Consejo Sudamericano de Defensa que no fue convocado inmediatamente por Chile para tratar las bases estadounidenses en Colombia, dejando que lo bilateral se imponga una vez más ante lo multilateral y de consenso.
Tenemos una Unasur que ha creado cuatro consejos, y ha propuesto otros cuatro más sin siquiera preocuparse por que al menos uno funcione a cabalidad. Pero el más importante de ellos todavía no ha sido siquiera propuesto: el Consejo de Resolución de Conflictos, que tal como van las cosas entre Ecuador y Colombia, entre Venezuela y Colombia o entre Argentina y Uruguay, es el consejo más urgente que toda Sudamérica necesita, pues sin confianza ni coordinación, la integración sigue siendo una quimera.
A veces hay mucha pompa y poca circunstancia cuando se habla de integración, sobre todo pensando en un Mercosur que avanza tanto como las relaciones interpersonales entre sus presidentes o una CAN que debe sufrir el embate constante de presidentes que amenazan con su salida.
Hay más deseo de ganar batallas diplomáticas que de cooperar, y la mejor prueba de ello es la insistencia en la candidatura del ex presidente Néstor Kirchner para la secretaría de Unasur.
Si eso se diera, perderíamos a Uruguay ipso facto. Cierto que la candidatura era insistencia del Ecuador, pero lo increíble -dado el prestigio y la habilidad de la diplomacia chilena- es que Chile no haya tratado de producir un nuevo candidato de consenso en este año de su Presidencia.
Talvez Michelle Bachelet acepte asumir el reto de la unidad en el sur, pues el final de su mandato está cerca, entonces podríamos entender la falta de proactividad chilena en este proceso. Su presencia conciliadora y de mente abierta, además de su liderazgo, daría muchas luces a una organización que lucha desesperadamente por nacer y, sobre todo, por tener relevancia.