Por: Alejandra Monroy
Para Luciana Bermeo fue incómodo trabajar como cajera en una entidad bancaria de Quito. Aunque el ambiente era agradable, la joven de 22 años al poco tiempo renunció. Es más, dice que se veía muy mayor dentro del terno sastre, clásico y flojo que le tocaba usar. “En realidad sentía vergüenza al atender así a los clientes y era como disfrazarme cada mañana”, cuenta.
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Arriésguese y acoja los colores que están de moda.Sin embargo, el uniforme no debe provocar esos sentimientos. Al contrario, dos diseñadores entrevistados por FAMILIA: Carla Flórez y Julio Vinueza están seguros de que con creatividad ese conjunto puede hacer sentir cómodas a las empleadas de una empresa mientras refleja los valores de la compañía.
Flórez, colombiana especializada en Milán, lleva 7 años en Coivesa, empresa ecuatoriana dedicada a crear innovadores uniformes, y cree que lo básico es cambiar la mentalidad del cliente para que se arriesgue. Hace un mes, ella lanzó una nueva colección en un desfile organizado por Lafayette en Guayaquil. “Inventé prendas con tonos de moda, como el gris y el morado, para una aerolínea pasando por pilotos, azafatas… Desde la ejecutiva más clásica con toques ‘chic’ hasta la que tiene que caminar y viajar”.
Vinueza, especializado en la Sorbona de París, lleva 20 años ideando uniformes y también presentó su más reciente creación en el desfile. Mostró diferentes alternativas para mujeres ejecutivas en tres segmentos: el clásico, inspirado en Coco Channel pero con cortes más modernos.
Otro, neutro con colores beiges y cafés y por último uno vanguardista con colores muy fuertes para oficinistas que quieran destacarse. Empero, en sus años de experiencia Vinueza ha percibido un problema. El concepto de uniforme está arraigado a que debe ser azul marino y con el típico corte. “Tradicionalmente no han sido bonitos, han sido muy conservadores.
Pero la fuerza laboral de hoy es muy joven para seguir con eso”, opina. Flórez está de acuerdo con él. Ella indica que un conjunto puede ser serio pero moderno. Por ejemplo, “la falda de una azafata no debe ser alta, ni el escote muy bajo, porque ellas se agachan mucho.
En una oficina la falda puede estar arriba de la rodilla pero tampoco más de 5 centímetros, porque pierde la elegancia”. Sin embargo, la colombiana indica que se pueden contrastar telas de colores vivos, hacer faldas tipo campana, vestidos, y combinarlas con lo que sugieren las pasarelas de Europa: chaquetas cortas o con chaquetones largos.
Vinueza, por su parte, propone usar cuellos camiseros y el largo de la falda a la mitad de la rodilla. Pero allí se desencadena otro conflicto. Los dos diseñadores cuentan que en varias ocasiones, una vez que se entregan las prendas las oficinistas mandan a cortar las faldas y así se pierde todo el estilo que se trazó.
Otro aspecto importante es la calidad de las telas. En la mayoría de circunstancias los contratos de las empresas piden dos ternos y cinco blusas, para que dure uno o dos años. Para esto, los dos expertos recomiendan fibras que tengan una base en poliéster: “Las telas naturales se encojen y hay que lavarlas en seco y eso ya incomoda al cliente”, dice Flórez.
Finalmente, ambos cuentan que las ejecutivas de Quito son más abiertas al cambio que en Guayaquil. En la capital incluso han diseñado uniformes con faldas para usar con botas en grupos de visitadoras médicas y de ejecutivas de las aseguradoras.
Justamente Bermeo, la joven que renunció porque tenía vergüenza del uniforme, cuenta que ahora trabaja en otra oficina y que los trajes que debe usar son serios pero juveniles.