A propósito del artículo titulado “Teoría de la nostalgia” (EL COMERCIO, agosto 16, 2009, cuaderno 1, Pág. 11) de autoría de mi gran amigo Gonzalo Maldonado, se me ha venido a la mente aquello de “la incertidumbre”.
Si nos detenemos y analizamos aquellos hechos que son predecibles y los que no, más allá de identificar, obviamente, eventos o hechos impredecibles, podríamos concluir que, verdaderamente, en la actualidad lo único impredecible sería la muerte.
El desarrollo del conocimiento humano nos ha conducido, mediante fórmulas, soluciones y creaciones, a determinar de alguna manera lo predecible: aquello que, en aplicación de ciertas premisas, nos podría llevar a una conclusión, a una determinación de los acontecimientos que podrían presentarse en los campos político, económico, social e incluso humano. Repito, lo único impredecible -y no siempre- sería la muerte. Pues bien, aquellos que aún vivimos una vida terrenal, hagámonos merecedores de vivir el regalo de la vida como hemos elegido. En base a nuestra conciencia y espíritu humano, sí, humano!, seamos nuestra mejor representación.
Ernesto Sábato, en su obra La Resistencia, escribió: “Algunas veces en la vida sentí que estaba en peligro y podía morir. Y, sin embargo, aquel sentimiento de la muerte en nada se parece al de hoy, en que la muerte me ha tomado de a poco, cuando soy yo quien me voy inclinando hacia ella. Su llegada no será una tragedia como hubiese sido antes, pues la muerte no me arrebatará la vida: ya hace tiempo que la estoy esperando”. Afortunadamente Sábato ha llegado a sus años maduros; otros, nuestros queridos sí fueron arrebatados de la vida. “Como si la muerte pudiese entender mis razones y yo hacerle frente para detenerla”.
Y entonces, como bien señala Sábato: “La fe comienza precisamente donde acaba la razón”. Precisamente, la fe es la fuerza que ha conducido mi ser en el “después de”. Increíblemente, cuando los seres humanos experimentamos pérdidas de seres queridos a temprana edad, esos hechos marcan nuestras vidas en “antes de” y “después de”. Y así es. ¡Cuán importante es hacerle frente a la continuación de la vida terrenal con pasión, entrega, respeto, solidaridad, humildad y, sobre todo, agradecimiento! Bien instaurada la costumbre en mi hogar de manifestar todos los días de la vida: ¡gracias Señor por este día!
María Eugenia Puig en su poema Eterna vida (Inspiración del libro ‘Confesiones’ de San Agustín) escribió: “Misericordia vuestra que me escucha, -No obstante ser de polvo y de ceniza.-Vos no reís de mi dolor y lucha, Mas podéis estrecharme en vuestra risa”. En memoria de quien un día nos acompañó terrenalmente, cuya presencia espiritual permanecerá hasta mi propia muerte: mi hermano.
Columnista invitada