La Real Academia define diplomacia como la ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras. En la tercera y cuarta acepciones anota un concepto básico: cortesía aparente e interesada y habilidad, sagacidad y disimulo.
Las últimas definiciones son las más apropiadas para tratar de entender las tensas relaciones diplomáticas entre nuestro país y Colombia. Se supone que para negociar primero hay que ceder posiciones y luego aceptar las condiciones del interlocutor, en caso contrario todo se empantana y se vuelve a un punto muerto.
Lo que hicieron recientemente en Nueva York los cancilleres de Ecuador y Colombia fue contrario a lo que establecen las normas internacionales y de negociaciones.
Antes de la cita, los dos diplomáticos dejaron trazado el campo de juego, revelaron sus estrategias, impusieron sus condiciones y el acuerdo, como se esperaba, no llegó al objetivo que muchos esperaban: la reanudación de relaciones diplomáticas, interrumpidas tras el bombardeo de Angostura el 1 de marzo de 2008.
Además de las secuelas de esa incursión armada, Fander Falconí expresó en una entrevista a Reuters su preocupación por los acuerdos aún no revelados por Bogotá para permitir a EE.UU. la instalación de bases militares que, se supone, estará destinada a frenar el narcotráfico.
Su colega colombiano Jaime Bermúdez puso por delante la negativa de su gobierno a reparar económicamente a los familiares de Franklin Aisalla, el único ecuatoriano fallecido en el bombardeo.
Cabe preguntarse si existe realmente la intención de los dos países por reanudar las relaciones o mantener el statu quo y esperar que un mediador más eficiente que la OEA logre determinar cuáles son los puntos de unión.