Los ecuatorianos buscamos cambio y estabilidad, cambio en la forma de conducir el país y estabilidad en el ejercicio del poder. Es simple: queremos menos hermanos enriquecidos durante el período presidencial y más presidentes que terminen su mandato. Sin embargo, este Gobierno ha traicionado el primero de estos anhelos y no ha tenido empacho en aprovecharse del segundo.
Sí ha habido cambios en la conducción del país. Cierto es que ha aumentado la inversión en salud, educación e infraestructura vial (con los contratos del ñaño de por medio) y que el Bono de Desarrollo Humano es cada vez menos mísero. Pero con los ingentes recursos que ha recibido el Gobierno -en su mayoría producto no de su gestión sino del bondadoso precio del petróleo- no se necesitaba ser ni tan genio ni tan grosero para superar esos resultados.
No cabe duda que ha habido cambios. Antes, si algún ministro osaba negociar clandestinamente la deuda, jamás habría sido promovido a otro ministerio. Antes, la rara vez que había una cadena nacional era para informar algo trascendente; ahora son varias veces a la semana y para vender la imagen del Gobierno. Durante los últimos 14 años, uno trabajaba todo el día; ahora solo las horas en las que hay luz.
Por lo demás, el modo de conducir el país se mantiene intacto. Aquí se hace y se deshace al antojo o capricho del patrón, como en una hacienda, como en una ‘Banana Republic’. El cambio de dirección en el proyecto Yasuní es un ejemplo más.
Pero al Presidente no le basta con traicionar el tan anhelado y vendido (a cada minuto por radio y televisión) cambio. También se aprovecha del deseo popular de tener gobiernos estables.
Los reiterados cambios de Gobierno resultaron un tiro por la culata para la ciudadanía; por eso, esta añora estabilidad gubernamental. Los hechos, felizmente, corroboran que aquel anhelo es, cada vez más, una realidad: Correa se ha mantenido en el poder con una alta popularidad durante tres años. Ese ha sido un gran avance.
Lo despreciable es que el Presidente se aproveche de ese deseo de estabilidad para manipular a la sociedad y alcanzar fines particulares. Eso es precisamente lo que hace cada vez que anuncia que lo van a asesinar. Es la vieja estrategia de crear un enemigo ficticio para ganar adeptos.
Los fascistas europeos del siglo XX fueron especialistas en ella. Chávez la usa cada vez que su popularidad empieza a tambalear; cuando asegura que los yanquis van a invadir Venezuela, no solo que los apagones pasan a un segundo plano sino que más patriotas respaldan a su líder.
En tanto, el mensaje de Correa es: como me van a dar plomo, y así pondrán fin a su tan ansiado objetivo de tener gobiernos estables, ustedes qué prefieren: ¿apoyar a su Presidente o unirse al bando de los asesinos?