Desde hace varios días, los recorridos del servicio municipal de trolebús están a prueba en los horarios extremos de la madrugada quiteña.En primera instancia parece una buena idea. Sobre todo frente a las economías precarias de varios usuarios obligados a tomar costosas carreras de taxi para ir a los barrios más alejados de una ciudad tan larga como Quito.Durante el primer fin de semana, la demanda fue grande y los viajes, ruidosos. Hubo mucha afluencia, especialmente jóvenes, para quienes la madrugada y el frío no ponen límite a su ansiedad de diversión. Se constató que algunos de los pasajeros de estos primeros viajes durante el primer viernes y sábado en que se puso en práctica el servicio, habían ingerido alcohol.La preocupación ciudadana es la seguridad. Hay un recorrido establecido con una decena de paradas equidistantes (los trolebuses no se detienen en todas las paradas que se usan habitualmente en horas diurnas). En las estaciones hay guardias, pero a nadie escapa que este sistema de transporte puede ser un escenario propicio para las fechorías de gente dedicada al hurto, si no se lo dota de adecuado control, patrullas de vigilancia policial y hasta agentes secretos con el ojo avizor.Lo propio debe ocurrir en las cercanías de las paradas para evitar asaltos. Todo para proteger al ciudadano que tiene que transportarse de un extremo a otro de la ciudad. Pese a las dificultades, el experimento es una idea interesante, especialmente si tomamos en cuenta la característica de servicio público que debe tener el trole. La reportería periodística ha constatado que los recorridos en los primeros días de la semana tienen muy pocos usuarios. Talvez sea cuestión de tiempo para que el servicio se consolide.