Desaparición en las tablas: Un tributo cultural exigió verdad y justicia para Juliana Campoverde

Atenta, cariñosa, carismática. Así era Juliana Campoverde, desaparecida  el 7 de julio del 2012 por Jonathan C., pastor de la iglesia evangélica Oasis de Esperanza. Foto: cortesía Elizabeth Rodríguez

Atenta, cariñosa, carismática. Así era Juliana Campoverde, desaparecida el 7 de julio del 2012 por Jonathan C., pastor de la iglesia evangélica Oasis de Esperanza. Foto: cortesía Elizabeth Rodríguez

Atenta, cariñosa, carismática. Así era Juliana Campoverde, desaparecida el 7 de julio del 2012 por Jonathan C., pastor de la iglesia evangélica Oasis de Esperanza. Foto: cortesía Elizabeth Rodríguez

En las manos de Elizabeth Rodríguez está el rastro de la búsqueda. De sus brazos, se despliega una fotografía: los rasgos de Juliana Campoverde -delicados, dulces- la protagonizan. Siempre lleva varias de reserva, por si alguien pregunta por su hija. La joven tenía 18 años cuando salió de su casa el 7 de julio del 2012. No regresó más.

Tras siete años de espera y silencio, la Justicia ecuatoriana determinó que la joven fue desaparecida y asesinada por Jonathan C., el pastor de la iglesia evangélica Oasis de Esperanza, que la vio crecer durante diez años. Su familia aún no sabe qué pasó con ‘July’ y por eso, dice Elizabeth, levantar su memoria es una obligación colectiva.

En un salón negro, del Centro Cultural de Turubamba La Changa, en el sur de Quito, niños y vecinos conocieron a Juliana en la voz de su madre en un tributo cultural la noche del jueves 25 y viernes 26 de julio del 2019. Poesía, música y ‘Viaje por jardín de los locos’, una obra teatral del colectivo cultural Teatro de los Huarahuao protagonizaron el encuentro.

La lucha de los familiares y amigos de personas desaparecidas, la historia de Juliana y el arte callejero confluyen en la obra teatral 'Viaje por el jardín de los locos', del colectivo Teatro de los Huarahao. Foto: cortesía Melissa Villaruel

En el escenario, una tonalidad roja avanzaba. Un hombre, atado con una red, ingresó. Pero una sombra lo arrastraba detrás de él y lo mantenía aprisionado. Intentaba soltarse, pero era golpeado. Lo dejaron solo, inmóvil pero que intenta volver en sí. Está débil pero sin miedo. Toma la fotografía de un hombre algo resquebrajada por el tiempo. Se la enseña al público, como preguntando qué pasó con él. Pero no hay respuesta. “Los locos no dormimos, estamos en vigilia”, dice el personaje.

Amenizado con las guitarras de David Chungandro y Juan Santibáñez, el hombre se reafirma como un ‘loco’. El monólogo avanza y hay diferentes personajes. Luis Páez, fundador del Teatro de los Huarahuao, creó al personaje que transita en la obra buscando a sus propios desaparecidos. Pero además, interviene un cóndor y un pequeño niño que solo encuentra callejones sin salida.

La historia de Juliana Campoverde inspiró la obra teatral 'Viaje por el jardín de los locos'. Durante su presentación, Elizabeth Rodríguez, Lorena y Paulina Yaguana la recordaron. 

Viaje por el jardín de los locos’ se gestó en las calles para hacer “teatro de la memoria”. Después de tres años de investigación y presencia en los plantones de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidos (Asfadec), Páez decidió llevar a las tablas lo que vio en personas como Telmo Pacheco, Lidia Rueda, Maribel Angulo y Elizabeth Rodríguez: una lucha que, en ocasiones, es catalogada como locura.

En las butacas, Elizabeth, Paulina, Lorena -primas de Juliana- observan la obra. Conmovidas, dirigen sus miradas al altar que el personaje central dejó en el piso. Tres velas permiten ver los rostros de las fotografías que descansan en él. Son niños, mujeres, hombres, todos desaparecidos. El ‘loco’ busca una respuesta, pero solo hay silencio y llora.

Elizabeth se identifica con la obra, más de diez veces, afirma, fue ignorada por el Estado. La desaparición de Juliana desgarró los recovecos de un sistema judicial inoperante, dice Elizabeth. “Me siento burlada por la Justicia ecuatoriana y sus entes, por el condenado y su familia. Jonathan C. se llevó la verdad a la cárcel. No pararé hasta que me devuelvan a mi hija”, relata, indignada. Pero cuando recuerda a ‘July’, el tono de su voz cambia, es inevitable. Pasa del coraje a la dulzura.

Juliana Campoverde nació el 21 de agosto de 1993. Según cuenta su madre Elizabeth, era una niña risueña, curiosa. Foto: cortesía Elizabeth Rodríguez.

El recuerdo de la joven la conmueve, la lleva a otros tiempos, cuando era feliz. Elizabeth y Absalón, el padre de Juliana, esperaron con ilusión su llegada. Decidir el nombre correcto fue difícil. Lanzaron ideas pero el ganador fue Juliana Lizbeth. El primero, en honor a Julia, la madre de Elizabeth y el segundo porque era la mitad de su nombre.

Siete kilos y 50 centímetros. Esas fueron las dimensiones exactas de su pequeña, que nació el 21 de agosto de 1993. Ese día marcó el inicio de la vida de ‘July’ que disfrutó entre el canto, la fe, el aprendizaje. “Fueron 18 años 11 meses que la tuve a mi lado y disfruté mucho de ella. Siempre cariñosa, tierna. Nuestra relación era linda. Conversamos de todo. A veces nos quedábamos hasta las 03:00 sin darnos cuenta. Nunca se iba sin darme un beso en la frente.”, relata Elizabeth.

Juliana fue una niña feliz, curiosa pero además atenta, cariñosa. Elizabeth recuerda las tardes cuando solía encontrarla poniéndole sus vestidos a Ronny, su segundo hijo. Su argumento era contundente: “Mami, es que el Ronny me rompe las muñecas, por eso le visto así”. El pequeño lo tomaba con humor, aunque nunca dejó de dañarlas dice Elizabeth y ríe.

Una pequeña carta que Elizabeth escribió a su hija 'July', expuesta en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito. Foto: EL COMERCIO

También extraña los días en los que ‘July’ no ocultaba sus ganas por comerse el mundo. “Ella me decía: ‘Mami, yo quiero llenar los estadios, quiero cantar alabanzas a Dios’. Tenía esa ilusión, por eso quería ir a Argentina para especializarse”, dice Elizabeth.

Juliana era una líder innata. Tenía 18 años cuando sus amigas del colegio Sagrado Corazón de Jesús Bethlemitas la eligieron para dar el último discurso de su generación. Elizabeth compartió el archivo familiar que capturó ese momento.

Con su cabello lacio, su sonrisa y la voz de una oradora experimentada dice en la ceremonia de corporación: “Quizá, pueda decir señoritas. Tal vez ya nunca más niñas. Ahora, las nombraré mujeres, mujeres que volarán alto tras su más grande sueño en busca de su felicidad. Luchen, luchen dejando de lado todos sus miedos, pero nunca sus principios”.

Un año después de ese discurso, Juliana fue desaparecida.

Elizabeth aún siente la presencia de Juliana en cada paso que da. “Es el dolor más grande. Quisiera decirle que no me olvidado de ella ni un solo segundo de mi vida. La extraño hasta el infinito, la quiero ver, me falta sus palabras de aliento, aunque siempre están conmigo a donde vaya. Cuando la encuentre será lo mejor de mi vida”, dice, con firmeza.

Una pequeña carta que Elizabeth escribió a su hija 'July', expuesta en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito. Foto: EL COMERCIO

Siempre tenía las palabras correctas, dice Lorena Yaguana, su prima. “Juliana es mi mejor canción”, asiente, porque ‘July’ cantaba en cualquier momento del día. Pero, sobre todo, lo hacía cuando necesitaba alegrar a alguien. Aunque compartieron su vida juntas, hay un momento que marcó su relación.

Después de salir de una cirugía, aún convaleciente, Lorena sentía mucho dolor. “Era intenso por mis cicatrices. No podía parar de llorar. Juliana llegó y se acostó a mi lado. Yo seguía llorando, ella me cantaba, me abrazaba. Caí dormida. Cuando desperté, ella dormía. Pero por fin, mi dolor se había ido…”, recuerda.

Cuando Paulina, prima de Juliana, supo de su desaparición no lo creía. Se lo confirmó el paso del tiempo sin respuestas. Piensa en ella y llega a su mente una conversación que tuvieron en un viaje a Zamora Chinchipe. “Yo no creía mucho en Dios, tenía mis dudas y ella me decía: ‘Dios está en todas partes, está en las pequeñas cosas, en la naturaleza”, cuenta. Tras la sentencia, Paulina dice que ‘July’ le dejó otra forma de reafirmar su espiritualidad.

A Juliana le apasionaban la música y las ciencias biológicas. Quería viajar a Argentina para especializarse en canto. Foto: cortesía Elizabeth Rodríguez

Observar uno de los últimos videos que retrata a Juliana con vida conmueve hasta las lágrimas. En completo silencio, frente a sus amigas y profesores, ella culmina su discurso tratando de contenerse: “¿Una despedida? No lo creo. Quizás un hasta luego. Espero verlas pronto aunque las llevo aquí adentro, en el cofre de oro: mi corazón y créanme...no saldrán jamás”.

Donde se encuentre, dicen Lorena y Paulina, solo esperan que Juliana tenga paz. “Quiero que sienta esa tranquilidad que le quitaron cuando intentaron manchar su nombre y apagar su luz”, señala Paulina.

Elizabeth, en ocasiones, intenta sonreírle a la vida. Ha perdido la cuenta de cuántas veces ha repetido su historia una y otra vez, o el número de lentes fotográficos que han capturado su lucha. Pero no se cansa. "Que la Justicia sepa que aquí seguiremos hasta que me la devuelvan, hasta que sepas que le hicieron". Ella, recuerda una carta que le escribió a su hija y lo reafirma: "Juliana es mi vida y jamás me daré por vencida hasta reencontrarme con mi propia vida". 

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