Redacción Quito
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Todos los días, a partir de las 07:00, Isabel Merchán ingresa a trabajar en el albergue San Juan de Dios, en las calles Tumbes y Bahía de Caráquez, en el centro.
Merchán realiza la limpieza de las instalaciones en donde alrededor de 250 personas se hospedan diariamente porque no tienen un lugar en donde pasar la noche. Desde las 17:30 hacen fila afuera del albergue para ocupar las camas disponibles y alcanzar a la merienda.
Las donaciones
El albergue San Juan de Dios y el centro Don Bosco funcionan con ayuda social y donaciones. Cerca del 80% de los gastos se financian con esta ayuda.
Si usted quiere donar puede llamar o asistir a los albergues. Alimentos como carnes rojas, blancas y medicinas es lo que más se necesita.
Por el servicio nocturno pagan USD 0,50 y la cena tiene el mismo costo. “La mayoría de ellos prefiere cancelar USD 1 para tener acceso a ambas cosas. Pero a pesar del bajo costo, algunas personas no alcanzan a pagarlo”, explica la trabajadora social del lugar, Jacqueline Pérez.
Ella y Merchán son dos de los 18 trabajadores que tiene el albergue, un sitio que además recoge a personas de la tercera edad extraviadas. Algunas sufren enfermedades psicológicas o demencia senil.
Pérez dice que cualquier persona puede acudir al lugar sin excepciones. Las únicas prohibiciones es que lleguen en estado etílico o hayan consumido drogas.
En la mañana salen a buscar trabajo y si lo requieren pueden volver en la noche.
El albergue tiene capacidad para 300 personas, de las cuales 50 viven ahí, que precisamente son de la tercera edad.
Merchán también es una de las colaboradoras que los atiende, los baña y los alista para que pasen el día realizando actividades con la ayuda de dos estudiantes en Enfermería.
Asimismo, Ermelinda Sarango colabora en la cocina. El pasado viernes, a las 11:00, preparaba sopa de fideo y estofado de menudencias para el almuerzo.
A la hora de la comida del mediodía, el Centro de Hospedería Campesina Don Bosco luce vacío. Las personas que migran del campo y se hospedan allí salen a trabajar en los mercados, en la construcción y en las calles limpiando zapatos.
El padre Jaime Calero, quien está a cargo del centro, dice que al lugar acuden personas de Chimborazo, Cotopaxi, Tungurahua e Imbabura, ya que Quito les queda más cerca.
En el albergue, ubicado en la calle Matilde Álvarez y avenida Mariscal Sucre, cada provincia tiene su cuarto. El padre explica que se les distribuye así para que entre ellos cuiden sus cosas y hagan una fuerte amistad.
También tienen bodegas para guardar las provisiones que van a llevar a sus hogares. En el sitio trabajan el religioso, una persona que asea y otra que cocina. “Ellos solos hacen sus quehaceres, se les brinda el servicio de comedor en las noches, que es cuando llegan de trabajar”. Por la cena pagan USD 0,30, al igual que por la cama para descansar.
Calero cuenta que en la época navideña la cantidad de campesinos que llega a la ciudad aumenta en el albergue. Hasta el viernes tenían 75 personas, pero dice que hasta Navidad la cifra superará las 100.
Una situación diferente se vive en el Hogar de Paz, en donde reciben a personas con problemas de alcoholismo o drogadicción. La capacidad de este centro, que se encuentra en las calles Sucre y de los Milagros, es de 50 personas, pero Marlon Galán trabaja actualmente con 35.
Este psicólogo realiza actividades recreacionales con los internos y también terapias.
Para Giovani Toscano, coordinador del Hogar, lo más importante es que después de la rehabilitación los internos sean reinsertados en la sociedad.
El viernes, después del almuerzo, el psicólogo y los internos practicaban juegos de mesa. Con esa actividad se distraían un poco de las terapias y reían. La mayoría de ellos tiene entre 25 y 40 años, a pesar de que el lugar recoge temporalmente a personas desde los 18 hasta los 65.
Según Toscano, la ayuda podría empezar en los barrios marginales, en donde se presentan esos problemas.