Barbarita Lara (izq.) y Olga Maldonado son parte del equipo que recupera la cultural oral. Foto: Ricardo Cabezas / EL COMERCIO
Las coplas del pueblo afrodescendiente asentado en los territorios de Carchi e Imbabura son recuperadas por 15 docentes e investigadores de la Escuela de Escritura de la Tradición Oral (Etoba).
La copla, forma poética que se emplea en las canciones populares, es un lenguaje utilizado ancestralmente por los 38 pueblos afrodescendientes de la dos provincias del norte.
Eran infaltables en las reuniones sociales, en los cortejos amorosos o en las jornadas de trabajo, constituyéndose en parte de la vivencia.
En los sectores carchenses de Mascarilla, La Concepción, Guallupe o Juan Montalvo, estos versos -que hablan de amor, desamor o rinden tributo a la naturaleza y en ciertos casos hasta tienen cierto humor picaresco- aún son parte de la convivencia diaria.
Para Zoila María Congo Carcelén, de 66 años, nacida en Mascarilla (Carchi), esta tradición oral la heredó de sus abuelos, en medio de un entorno humilde y de una niñez llena de coplas y juegos lúdicos que se cantaban. “Los denominados copleros crearon estas expresiones que hablan de nuestras raíces africanas”.
Rosario Folleco Chalá, de 74 años, de La Concepción (Carchi), especialista en recitar coplas, dice que aprendió los versos que cantaba su abuelita Elizabeth Méndez. Esta mujer de tupida cabellera blanca tiene otro mérito: haber aprendido a leer, recogiendo papeles en las calles.
Cuando cursaba el primer grado de escuela debió abandonar el aula para ir a laborar en San Gabriel (Carchi). “La pobreza nos obligaba a salir de nuestras casas desde los 7 años de edad para trabajar como sirvientes”.
Aprendió las vocales en la escuela formal, sin embargo, su interés por aprender a interpretar las palabras hizo que sus “patrones”, como les llama a sus exempleadores, le enseñaran las consonantes.
En las mañanas recogía escritos en las calzadas de piedra de San Gabriel y luego en las noches juntaba vocales y consonantes hasta que aprendió en forma empírica a leer. Aquel ejercicio es un ejemplo para sus hijos y nietos.
La organización Etoba recupera los saberes ancestrales, desde hace una década. Los juegos tradicionales, expresiones, vocablos de la gente, personajes, vestuario, peinados, música y danza son recopilados, pero desde la voz de los adultos mayores.
Han publicado cuatro trabajos con el apoyo de varias organizaciones no gubernamentales. En los textos rescatan cuentos, historias de vida de la gente negra, terminología, entre otros, que son utilizados como material didáctico en las escuelas de la zona para no perder la identidad. ‘Vocablos y expresiones que hacen especial el habla de los afrochoteños’ y ‘El hueso sazonador’ son parte de esta colección.
Los integrantes de Etoba se reúnen cada dos meses en La Concepción, en la sede de la Coordinadora Nacional de Mujeres Negras (Conamune). En esos encuentros se definen los textos, los avances de esos libros y hablan sobre los nuevos proyectos.
Los 15 investigadores trabajan en diferentes sectores de las cuencas de los ríos Chota (Imbabura) y Mira (Carchi).
“Realizamos las investigaciones tomando en cuenta la afinidad de nuestras actividades y profesiones”, explica Olga Maldonado, docente de La Concepción.
Isabel Folleco aborda los temas relacionados con los juegos tradicionales. Ermencia Chalá recopila aportes sobre gastronomía. Iván Pabón y Marienella Chalá en cambio investigan diferentes historias de vida de la comunidad.
Barbarita Lara recupera los cuentos de las comunidades.
“Nuestros mayores nos han dejado un gran legado que lamentablemente con la migración de nuestros hermanos se está perdiendo. A través de estos libros queremos perennizar nuestra historia”, aclara Lara, dirigente de la Conamune.
Maldonado agrega que en la Etoba no existen escritores ni académicos. “Aquí utilizamos nuestros propios términos y vocablos para no perder la tradición oral”.
En contexto
Los textos que recogen la terminología de los afrodescendientes de Carchi e Imbabura, los cuentos, la gastronomía y las historias de vida son entregados en las 38 comunidades de la región. Son leídos en las escuelas para que los niños conozcan sus raíces.