Los toros son mi vida: Ninahualpa

Diego Uquillas.  Grupo EL COMERCIO

Corría 1945 cuando Benjamín Ninahualpa casi sin querer ingresó al mundo de los toros. Fue en Guayaquil, en una corrida que quedó grabada en su memoria y que sería el punto de partida para una larga y nutrida profesión de banderillero.

Y sin querer porque Ninahualpa no fue precisamente como parte de la cuadrilla oficial de los toreros, sino más bien como parte del equipo de logística que llevaba los toros desde la Sierra hasta el Puerto Principal en ferrocarril.

En esa corrida,  uno de los banderilleros sufrió problemas de salud, por lo que  Benjamín fue elegido sustituto, gracias a sus conocidas tientas y participaciones en corridas de pueblo.

“Los toros siempre han sido mi pasión y mi vida”, sentencia este quiteño de    78 años, 60 de ellos dedicados a la tauromaquia.  “De niño vivía a dos cuadras de la Plaza Arenas y el contacto con la fiesta brava me hizo soñar con ser torero algún día. Cuando se inauguró la plaza de Iñaquito, en 1960, ese sueño de mi infancia se hizo realidad”, dice con un aire de nostalgia y de satisfacción a la vez.

En el coso capitalino pudo conocer a los más grandes y famosos toreros del siglo pasado. Ninahualpa recuerda al cartel que inauguró la Monumental, especialmente a Pepe Cáceres, el maestro Luis Miguel Dominguín. Más tarde, diestros  de la talla de Palomo Linares, El Cordobés, Curro Romero, Rafael de Paula...,  ‘monstruos’ que marcaron su carrera.

De los nacionales se acuerda más de Édgar Puente y Mario Espinoza, con los que formó carteles de epopeya en aquellas décadas.

Pero las huellas del toreo no solo quedaron en su memoria, bastante lúcida, cabe destacar, sino también en su cuerpo. Las cogidas, los arrastres y los encontronazos con los bureles le llevaron más de una vez a la enfermería. “Tengo cinco cornadas serias que afortunadamente fueron en las piernas y jamás comprometieron mi vida, pero de que duelen, duelen...”.

En sus ojos el brillo aparece cuando recuerda sus momentos de gloria, especialmente  de sus participaciones internacionales. Paseó su arte por plazas colombianas, pero rememora una en particular: “La plaza Santa María de Bogotá fue como mi segunda casa, ya que viví en esa ciudad. Tengo el orgullo de ser el único banderillero ecuatoriano que triunfó en Bogotá y también en Barranquilla”, cuenta Benjamín.

Desde hace 15 años es instructor de la Escuela Taurina de Quito, que funciona en la misma arena donde conoció la fama y el reconocimiento de la afición taurina. “Por mis manos han pasado las nuevas figuras de la tauromaquia nacional y eso es lo que me llena de vida”, finaliza el que podría ser el banderillero nacional más veterano de la actualidad, aunque ahora los palitroques ya no brillen como antes.

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