Ana María Carvajal. Grupo EL COMERCIO
Aquí el sol no quema. Es un puesto privilegiado que permite disfrutar de toda la corrida bajo la sombra, sin sofocarse. Es el rinconcito del sabor, la peña de ‘La Tía’. Allí todos son bien recibidos: los viejos conocidos y los aficionados que apenas se están integrando.
Este es el sitio desde donde Dina Albuja ve los toros desde hace 45 años. Ella es parte de un grupo selecto de quienes conocen de tauromaquia y han sido testigos de la evolución de la Feria Jesús del Gran Poder.
Pero ‘La Tía’, como la llaman los vecinos de este ‘barrio’ de la plaza, no solo sabe de toros, sino también de fiesta. Cada año, ella y sus parientes compran 12 abonos. ‘La Tía’ fue profesora de educación física en colegios como el Simón Bolívar y el María Auxiliadora y en universidades como la Politécnica y la Central.
Quizá por eso los años no le han quitado la vitalidad que tenía en sus primeros años en la plaza. Sube hasta su rincón a diario, como cualesquiera de sus sobrinos. Uno de ellos, Jorge Albuja, de 33 años, cuenta que va a los toros desde los 4. Dice que su tía Dina siempre ha sido alegre y de corazón abierto. Por eso, en épocas de feria, la familia crece. Junto a ellos se sienta otro apasionado por las corridas, Harold Galindo, abonado desde hace 36 años.
Él es caleño. Motivos de trabajo hicieron que él y su familia se mudaran a Quito. Juntos van año a año a la plaza. Ahora también van los nietos. Aunque son colombianos, ellos elevan la voz para cantar el Himno a Quito cada tarde: “Somos ecuatorianos nacidos en Colombia”, dice Diego, uno de los hijos, mientras se quita el sombrero para el momento.
En esta zona de la plaza, la alegría es un ingrediente infaltable. Y mucho más la generosidad. Aunque por su salud doña Martha Uribe de Galindo ya no puede asistir siempre a la plaza, nunca faltan en el sitio sus empanadas, buñuelos, sánduches o alitas… para cada intermedio.
El vino de don Harold, la ‘pólvora’ de ‘La Tía’ y la cava de don Vinicio, otro abonado, sirven también para poner el ambiente.
Las botas mantienen las bebidas, unas más fuertes que las otras, en la temperatura ideal. Circulan todo el tiempo por toda la fila. Haciendo gala de su buena puntería, ‘La Tía’ lanza al sediento la bota llena de su ‘pólvora’, un licor que solo ella sabe la receta y que espantará cualquier gallo de la garganta. Al probar un bocado de la bebida, se siente que el licor baja encendido hasta el estómago.
La fiesta que se arma en esta zona hace entretenidas hasta las malas corridas. Y cuando la corrida es buena el lugar se vuelve una biblioteca. Un neófito debería sentarse cerca para aprender los secretos del arte taurino.