Una manifestante antibrexit disfrazada de Theresa May recrea la película Titanic. Foto: Neil Hall / EFE
Theresa May, la primera ministra del Reino Unido, puede decir que el Brexit le dio todo y por poco le arrebata todo. Se salvó por un pelo de ser censurada por la Cámara de los Comunes, como era la intención del líder laborista Jeremy Corbyn. Pero esta mujer, a quien no pocos han querido ver como una sucedánea de Margareth Thactcher, sufrió, en ese mismo Parlamento, la denominada mayor derrota política de un Primer Ministro desde 1920. Y lo padeció por no poco: 432 votos en contra frente a 202 a favor. Pero finalmente pudo mantenerse en el cargo con una votación favorable de 325 sobre 306.
Si se permite usar términos futboleros, el Brexit es lo más parecido a un resultado saca-técnicos. Perder frente a él puede significar el fin. Lo sabe bien otro conservador y también primer ministro, David Cameron. Necesitado de ganar las elecciones del 2015 y ante la creciente ola de nacionalistas y euroescépticos, incluso entre las filas de los ‘Tories’ (conservadores), en su campaña se comprometió con ellos a llamar a un referendo para que los británicos decidieran permanecer o salir del bloque europeo antes del 2017.
Cameron estaba a favor de la permanencia en la Unión Europea, pero en el referéndum del 23 de junio del 2016, la opción de abandonar el bloque triunfó con apenas el 52%. El dirigente dimitió poco después, el 13 de julio, ante la Reina Isabel II y, en septiembre de ese año, también abandonó su lugar en el Parlamento. Pero esto no es lo más irónico de la historia del Brexit, sino que en el congreso de los ‘tories’ (conservadores) para encontrar su reemplazo, se eligió como su sucesora a Theresa May quien, por cierto, se había manifestado en contra del Brexit en numerosas ocasiones hasta el día en que llegó a la calle Downing como Primera Ministra.
Pero nadie -menos un político- puede desentenderse de su pasado. La página digital de la BBC publicó el 18 de enero del 2017 el cambio que tuvo la Primera Ministra antes y después del referéndum. Por ejemplo, en abril del 2016, se planteaba los problemas que tendría el Reino Unido, en términos de las relaciones comerciales: “es tentador mirar las economías de los países en desarrollo, con sus altas tasas de crecimiento, y verlas como una alternativa al comercio con Europa (…) Exportamos más a Irlanda que a China, casi el doble a Bélgica que a la India, y casi tres veces más a Suecia que a Brasil. No es realista pensar que podríamos simplemente reemplazar el comercio europeo con estos nuevos mercados.
“Y aunque ciertamente podríamos negociar nuestros propios acuerdos comerciales, no habría ninguna garantía de que funcionen en términos tan buenos como los que disfrutamos ahora”.
Sin embargo, en enero del 2017, ya como la lideresa encargada de llevar adelante el Brexit, decía que “países como China, Brasil y los Estados del Golfo ya han expresado su interés en establecer acuerdos comerciales con nosotros”.
Hace tres años, May creía que el Brexit llevaría a la Unión Europea a cobrar a los productos británicos aranceles similares a los que se imponen a los estadounidenses o japoneses. Pero ya consumada la victoria del euroescepticismo, la ya Primera Ministra decía que “ningún acuerdo para Gran Bretaña es mejor que un mal acuerdo para Gran Bretaña (…) porque todavía podríamos comerciar con Europa. Podríamos establecer acuerdos comerciales con todo el mundo y tendríamos la libertad de establecer tasas impositivas competitivas y adoptar las políticas que atraigan a las mejores empresas y los mayores inversores del mundo”.
Pero la cosa no podía ser vista con tanto optimismo. Cuando triunfaba el Brexit en las urnas, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, advertía al Reino Unido que tendría que ponerse “al final de la fila” para firmar un acuerdo de libre comercio. También Donald Trump, cuya furia antiglobalización y nacionalista hizo que apoyara el Brexit, también insinuó que los negocios entre ambos países tendrían problemas.
Varias razones explican el triunfo del Brexit: las consecuencias económicas no fueron advertidas; los euroescépticos convencieron, sin ninguna proyección cierta, que la salida de la UE liberaría 350 millones de libras esterlinas para la salud pública; la migración.
Esta, en el fondo, pudo ser una de las grandes conexiones con las que los partidarios del Brexit lograron mayor impacto. Los británicos no se han sentido históricamente europeos. Y entre ellos, son los ingleses los que más se esfuerzan por aclararlo (Escocia preferiría dejar el Reino Unido que la UE, es conocido). Saben que el lugar que ocupaban en el mundo -potencia militar, económica y política– ha dejado de ser una realidad. Miran con desconsuelo que ya las decisiones no les son tan propias.
Pero ese sentimiento prevalece más en los mayores de 65 años, que fueron los que más votaron el 23 de junio del 2016. Ha sido algo tradicional. En las elecciones del 2015, 78% de los mayores de 65 años acudió a las urnas. Frente a esa cifra, apenas el 43% de los jóvenes entre 18 y 24 sufragaron; entre 24 y 34, el 54% lo hizo.
El 58% de mayores de 65 años aprobaron salir de la UE, mientras que entre 18 y 24 años, el 64% quería quedarse. Era, entonces, la nostalgia de un Reino Unido poderoso, ese que tuvo la fortaleza para enfrentar al imperio español, a Luis XIV, a Napoleón, al Káiser y a Hitler, la que impulsó esta decisión que ha llevado al país a una encrucijada cuyo desenlace, a la luz de los acontecimientos, es tan incierta como temeraria.
El tiempo está corriendo a toda velocidad para el Reino Unido. El 29 de marzo es la fecha límite que el artículo 50 dispone para dejar la Unión Europea. Una salida sin acuerdo sería catastrófica, según los especialistas, tanto para los británicos como para los que no lo son.
May tiene que presentar mañana lunes un Plan B al acuerdo que logró con la Unión Europea. Pero esta no piensa modificar lo convenido. Internamente, se pide un segundo referendo. Pero, como alguna vez escuché de un inglés: “once is alright, twice is a problem”. Y eso puede ser lo que están viviendo.