Redacción Ibarra
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Carmen Báez llega puntual a su sitio de trabajo, en la fábrica de confecciones Anitex, en Atuntaqui. Como el resto de sus 130 compañeros intenta habituarse a la acelerada rutina laboral impuesta por los apagones y por la cercanía de las fiestas de Navidad.
En Anitex y en otras 349 fábricas (pequeñas y medianas) donde se confecciona ropa, colchas, edredones, sacos… aún no se siente la verdadera magnitud de los efectos por los cortes de energía.
La zona industrial de Atuntaqui se levanta en el centro urbano, a lo largo de las calles Amazonas y Aguinaga, principalmente.
Báez empaca ropa desde hace cinco años, en Anitex. Reside en el barrio San Ignacio y su jornada de trabajo empieza a las 08:00 y concluye a las 18:00.
“Tengo seis hijos, a quienes mantengo con mi sueldo. Cuando empezaron los apagones temíamos lo peor y se rumoraba que habría despidos”.
En las empresas y talleres de Atuntaqui se siente el ajetreo por la temporada más alta del año para las ventas. Hay quienes tienen pedidos en diferentes ciudades del país y en los países vecinos.
Ana Dávila administra la fábrica de confecciones Anitex. Según ella, durante esta temporada trabajan entre 10 y 12 horas diarias. “Las máquinas estampadoras, cortadoras y de diseño no paran hasta pasadas las 22:00”, señala.
La empresa saca al mercado mensualmente unas 70 000 prendas, pero ahora deben tener listas 110 000. Sin embargo, no todo está bien.
Dávila reconoce que si bien los apagones no afectan las plantas principales, ocasionan retrasos y obligan a reajustes de trabajo en las denominadas ‘plantas satélites’, ubicadas en Tanguarín, San Roque y Andrade Marín. Es decir, en los pequeños talleres organizados en viviendas particulares.
“En esos sitios tenemos unos 50 trabajadores encargados de los detalles y acabados de las prendas. El corte del servicio eléctrico les obliga a esforzarse en las madrugadas”, dice Dávila.
Además, las fábricas atuntaqueñas aplican un plan de ahorro de energía sugerido por Emelnorte, empresa encargada de la distribución en la región.
En los almacenes y fábricas solo se mantienen encendidas las luces indispensables. Los rótulos luminosos se apagan.
En confecciones Karmam también se trabaja a contrarreloj. Fernanda Albuja, contadora, asegura que están preparados para hacer frente a la emergencia.
“A pesar de que contamos con una planta eléctrica, aprovechamos al máximo el hecho de no enfrentar los cortes. Producimos entre 5 000 y 8 000 sacos mensuales. Entregamos a Quito, Tulcán, Cuenca, Riobamba y a Costa Rica, Venezuela y Colombia”.
Las máquinas de la planta principal de Karmam funcionan durante todo el día. Los 40 trabajadores saben que deben cubrir los pedidos de diciembre.
A cinco cuadras de allí, en la fábrica de confecciones Panda, el ajetreo es igual de intenso. El supervisor de la producción, Remigio Martínez, está contrariado por las entregas. Los camiones aguardan en el patio y en la calle, para transportar las mercancías.
“Si bien no tenemos apagones, estos nos afectan indirectamente. Los 105 trabajadores se sienten inquietos por sus viviendas y sus hijos cuando no hay luz. Muchos son de las zonas rurales, donde sí hay cortes”, dice Martínez.
Panda comercializa más de 30 000 prendas mensuales en todo el país. Las pijamas son su especialidad. Las jornadas laborales van de 08:00 a 19:00.
Emelnorte anunció, la semana pasada, que se suspenderían los racionamientos, por los menos, los fines de semana.
La noticia tranquilizó a Carmen Báez, pues esos días también trabajará hasta tarde y sus hijos la esperan inquietos en casa, cuando no hay luz. Ella se niega a creer que en esta época, cuando se habla del avance tecnológico, aún no se haya encontrado la forma de evitar los cortes.