Julio Flores, el hombre del escudo de cartón, recibió disparos el 4 y el 12 de octubre del 2019 en las protestas en Quito. Foto: EL COMERCIO
Eran las 10:00 del sábado 12 de octubre del 2019. El sol ardía en Quito. Julio Flores cobijó su espalda con la bandera de Ecuador; se ‘armó’ con un escudo de cartón y una mascarilla para evitar que el gas lacrimógeno que cubría la ciudad lo aturdiera. Aquella mañana, el país vivía el décimo día de protestas contra las medidas anunciadas por el Gobierno de Ecuador.
El levantamiento indígena no estaba dispuesto a dejar su espacio de resistencia; Julio tampoco. Él también demandaba la derogatoria del Decreto 883, la normativa que eliminaba el subsidio al diésel y a las gasolinas extra y ecopaís y que quedó sin efecto tras 13 días de movilizaciones.
Entonces, besó a su esposa, se despidió de sus dos hijos y dejó su hogar. Pasadas las 11:30, el hombre del escudo de cartón se desplomó sobre el pavimento de la avenida 12 de Octubre, en el norte de Quito, tras ser impactado con un proyectil en la cabeza. Las imágenes del incidente -irradiadas en redes sociales- lo convertirían en un símbolo de denuncia en las calles.
Julio sobrevivió al impacto. Pero -hasta diciembre del 2019- su identidad era anónima y poco se llegó a saber del estado de su condición públicamente. Este Diario buscó su historia y, después de dialogar con él el 26 de octubre último, su familia prefirió la reserva por un temor natural: no fue la única jornada que protestó en las calles y tampoco la primera vez que fue vulnerado por armas de los agentes de seguridad del Estado. Antes, el 4 de octubre recibió tres impactos con bala de goma. Dos en el pecho, al costado izquierdo del corazón; un tercero, en la ingle.
Julio fue violentado durante las protestas en Quito el 4 de octubre y el 12 de octubre del 2019. Foto: AFP
A dos meses del ataque, Julio decidió quebrar el silencio. Caía la tarde el lunes 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, cuando su rostro irrumpió en la solitud del Palacio de Gobierno, en la Plaza Grande. Acompañado de cientos de personas, entre ellos Himelda Rivera y Luis Oto, padres de Marco Oto, fallecido en el contexto de las protestas, llegó para denunciar la violencia que sufrió por parte de la fuerza pública.
Delgado, arropado con un buzo gris, un jean, una gorra azul y una pañoleta blanca en el cuello, Julio encabeza el plantón. De sus manos se despliega un cartel que reza: “El hombre del escudo del cartón”. Su esposa, Alexandra, lo ayuda a sostenerlo.
Julio sonríe. “Nadie muere en la víspera”, dice, imponente, antes de iniciar su relato. Su voz es clara, pese a que perdió ocho dientes por el impacto. Ahora tiene 55 años, pero su convicción para salir a las calles a levantar su voz germinó en la adolescencia. En las filas del Instituto Nacional Mejía, rememora, protestó por primera vez cuando cumplió 15 .
“Gritábamos por la estatización de la educación, por la socialización de la medicina. Siempre me crié como una persona con ideología de izquierda. Pienso que todos merecemos las mismas oportunidades y derechos”, cuenta.
Julio recuerda que, cuando supo del acercamiento del Gobierno de Ecuador con el Fondo Monetario Internacional (FMI), sabía que tendría que salir a las calles. “Al emitirse el Decreto 883, decidimos autoconvocarnos con el movimiento indígena, choferes, estudiantes y la sociedad civil para defender nuestros derechos y la Constitución de la República del Ecuador. No queríamos acuerdos con el FMI”, cuenta.
El viernes 4 de octubre, segundo día de protestas, Julio caminó por la avenida 10 de agosto, a la altura del Parque El Ejido, en el centronorte de la ciudad. Allí, con la bandera nacional atada a su cuello, observó una tanqueta de la Policía Nacional en la que se movilizaban efectivos antimotines que repelían a los manifestantes. “Me planté de pie frente a la tanqueta. Esa fue mi primera acción. Después, me hinqué con las manos en alto. No tenía palos, ni piedras, nada. Pero los policías bajaron y comenzaron a agredirme”, relata.
Julio -que tiene el 51% de discapacidad física, calificada como grave de acuerdo con la Dirección Nacional de Discapacidades– intentó escapar. “No me imaginé que después de unos 15 minutos, me dispararon con balas de goma: dos a la altura del lado izquierdo del corazón; otro en la ingle. Los doctores me dijeron que si llegaba a la vena femoral, pude haber muerto. Creí que fue una coincidencia; confiaba en la buena fe de los policías”, cuenta.
El hombre del escudo de cartón fue estabilizado en una casa de salud pública; después fue trasladado a su hogar. Allí lo visitaron compañeros y amigos; él los animó a continuar en las calles. “Les dije que no podías dejar de luchar. Que no nos iban a callar, que no podían amedrentarnos porque ya no teníamos miedo”, dice.
Tras ocho días de descanso, Julio se preparó para salir a una nueva jornada de protestas el 12 de octubre. En su vivienda -ubicada en el centronorte de la capital- había incertidumbre, temor. Su familia temía un nuevo incidente. “Sé qué soy una persona importante para mi esposa, mis hijos. Pero también entiendo que el país no puede irse a la destrucción. Es mi prioridad”, sentencia.
Julio recibió tres impactos de proyectil el viernes 4 de octubre del 2019 en las inmediaciones del parque El Ejido. Foto: captura de pantalla
El ambiente era tenso en las inmediaciones del parque El Arbolito, recuerda. Mientras los gases lacrimógenos y los balines se dispersaban, las personas que sostenían las banderas de la Cruz Roja decidieron ayudar a los heridos a manos de la fuerza pública. Julio, en cambio, intentaba protegerse de las detonaciones con su escudo de cartón a pocos pasos de neumáticos en llamas y una barricada hecha con adoquines para evitar una arremetida de la Policía Nacional contra los manifestantes.
Allí fue impactado por un proyectil de arma de fuego, según consta en el parte médico del Hospital Eugenio Espejo. “Me apuntaron a la cabeza. Y no fue casualidad. Un francotirador me disparó desde el puente de la avenida Yaguachi. Perdí la conciencia y llegué al hospital sin signos vitales. Varias personas -debo guardar sus identidades para que no se vean afectados- me dicen que hubo una orden desde arriba para que no se me atienda. Pero gracias a la disposición de un médico extranjero, sobreviví”, relata Julio.
Su protesta -anota- fue pacífica aunque firme. Pero Julio mantiene que los impactos que sufrió “no fueron atentados. Fueron tres intentos de homicidio por parte de lo sicarios del Gobierno”
A veces -dice- se le nubla la vista y siente sus extremidades amortiguadas. La colocación de los ocho dientes que perdió por el impacto del 12 de octubre aún espera. “Se dieron cuenta de que tengo fracturada la mandíbula. Primero deben intervenirme quirúrgicamente para arreglar la fisura que tengo. Y todavía no tengo el dinero para los dientes”, confiesa.
Julio sostiene una pequeña hoja de papel que cae a pedazos por la lluvia. “Libertad”, reza el cartel casi ilegible. Piensa unos cuantos segundos, mira hacia el Palacio de Gobierno, y reafirma: “solo tenía un escudo, una bandera. El Gobierno ha dicho que somos terroristas, gente pagada. ¿Cuáles fueron mis armas? A mí nadie me ha pagado. Salí porque es mi lucha y la de todos.”
Decidió no emprender acciones legales contra el Estado, pero sí dio su testimonio ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) el 28 de octubre, cuando una misión del organismo internacional llegó al país para registrar la versión de afectados en el contexto de las protestas.
Julio es incorruptible y -aunque cause temor- su familia lo acompaña en cada paso. Han apedreado su casa; la han llenado de insultos con ‘spray’, dice. Pero, al consultarle sobre si volvería a salir a las calles, el hombre del escudo es claro: “Que se venga lo que se venga. Yo volveré a salir las veces que sean necesarias. Ya no tengo miedo”.