A las 18:58 del 16 de abril de 2016, un terremoto de magnitud 7.8 se convirtió en una de las peores tragedias del país. En apenas 75 segundos, el sismo, con epicentro entre Pedernales y Cojimíes, Manabí, dejó muertos, dolor y más de 16 600 heridos. Además, pérdidas económicas que superaron los 3 000 millones de dólares. El impacto alcanzó a más de un millón de personas, y afectó profundamente a ciudades como Manta, Portoviejo, Chone, Bahía de Caráquez y Jama.
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Don Pablo: tres días atrapado tras el terremoto
Mientras la tierra temblaba y las edificaciones se desmoronaban, miles luchaban por sobrevivir. Nueve años después, las historias de Don Pablo Córdoba y de Víctor Mendoza junto a su esposa María Auxiliadora Cedeño siguen siendo testimonio del dolor y la resistencia.
Pablo Córdoba se encontraba en el tercer piso de un hotel en Portoviejo, donde trabajaba. El terremoto lo sorprendió e intentó buscar refugio bajo su escritorio. El edificio colapsó. Cuando volvió en sí, estaba atrapado bajo los escombros.
Durante tres días —sábado en la noche, domingo entero y parte del lunes— luchó por sobrevivir en un espacio minúsculo. Con escasa movilidad, rodeado por el olor de cuerpos sin vida, logró hidratarse con su orina. “No sé si dormía o si me desmayaba”, recuerda. En medio del caos, encontró inexplicablemente una linterna entre sus piernas, que usó para alumbrar su encierro. Lo considera un milagro.
El lunes, desesperado y casi sin esperanzas, encendió su celular y al fin tuvo señal, pues los días anteriores no había comunicación y él trataba de mantener su batería con la esperanza de lograr comunicación. Llamó al único contacto visible: una clienta. Ella bromeó al contestar, pero al escuchar la situación, contactó al 911, que en ese momento estaba colapsado y fue atendido por Colombia. Gracias a esa llamada, los rescatistas lograron ubicarlo y salvarle la vida.
Hoy, ‘Don Pablo’ trabaja en el ECU911 en Portoviejo. “Mi vida es un milagro”, dice. “Ahora solo quiero ayudar a los demás”.
Don Pablo estuvo tres días bajo los escombros tras el terremoto del 16 de abril de 2016. Foto: EL COMERCIO.
El terremoto en el negocio de Víctor y María
Aquel sábado, 16 de abril de 2016, era un día normal en El Bellaco, el restaurante que Víctor Mendoza y su esposa María Auxiliadora Cedeño atendían en Portoviejo. Eran cerca de las 18:00 cuando comenzaron a recibir clientes. Dos familias ya estaban sentadas. Una tenía una adolescente y un niño pequeño; la otra, una bebé de meses, una niña de unos cinco años, su mamá y su papá. Era un buen momento de ventas, pero, de forma extraña —que Víctor aún atribuye a algo divino—, ese día el local no se llenó como de costumbre.
Víctor estaba en la caja y su esposa en una oficina al fondo del local. Cuando sintió el primer sacudón, salió a la vereda. Vio cómo los postes y cables se movían violentamente. Pensó en su esposa y corrió hacia donde estaba, pero no alcanzó. Lo que vio lo marcaría para siempre: el restaurante colapsó frente a sus ojos. Alcanzó a ver salir a su hija con las manos en la cabeza, pero su esposa no aparecía. “Fue como una pesadilla”, recuerda con la voz quebrada. Dentro del local había trabajadores y clientes. La desesperación crecía con los gritos, la oscuridad, el polvo y la certeza de que había gente atrapada bajo los escombros.
Víctor intentó rescatar a su esposa y a sus trabajadores. “Uno sentía impotencia de no poder ayudar, de no poder salvar vidas”, repite. Por milagro, María Auxiliadora logró salir unos diez minutos después, arrastrándose por un hueco. Estaba herida en la cabeza. Su comadre, que estaba en el local, quedó atrapada con el brazo prensado entre una pared y una losa. Minutos después llegaron los socorristas. Para salvar a su comadre, un médico tuvo que amputarle el brazo en el sitio. Sobrevivió.
Cinco personas murieron ese día en El Bellaco. Entre ellas, los padres y la hermana de un niño que, por casualidad, estaba jugando cerca de la puerta y logró escapar corriendo hacia la calle. No fue atropellado ni herido. Años después, una clienta le contó a Víctor que ese niño, ya huérfano, le pedía a su abuelo que no fueran al restaurante donde “murieron sus papás”. Esa frase le rompió el corazón.
Después del desastre, Víctor se enfrentó a una deuda de cerca de 80 000 dólares. Perdió su crédito con los proveedores. Con apoyo de su familia, y especialmente de uno de sus hijos, consiguió un nuevo local. Empezaron con lo mínimo: cinco mesas de diferentes colores, sillas disparejas, un horno rescatado de los escombros. El primer día de reapertura, Víctor se fue a casa desanimado. Su esposa lo convenció de volver. “Tú eres la cara del negocio”, le dijo. Y así lo hizo.
Poco a poco, El Bellaco volvió a crecer, igual que Portoviejo. Con trabajo y persistencia, pagaron la deuda. Hoy, el restaurante sigue funcionando, con la memoria de quienes partieron y la fuerza de quienes sobrevivieron.
Víctor Mendoza y María Auxiliadora reconstruyeron su vida y su negocio tras perderlo todo en el terremoto. Foto: EL COMERCIO
A nueve años del terremoto, la memoria sigue viva
Casi 70 000 edificaciones resultaron afectadas. Cerca de 80 000 personas fueron desplazadas. Más de 3 400 réplicas se registraron. Nueve años después, los recuerdos siguen intactos para quienes lo vivieron.
Don Pablo, Don Víctor y María no olvidan. En sus palabras vive la tragedia, pero también la fuerza de levantarse. Porque aunque el terremoto sacudió la tierra, no pudo derrumbar la voluntad de seguir adelante.