La vida de Teresa Rivera está inspirada en la labor de Jesucristo. Su filosofía es compartir todo lo que posee con los pobres. Eso le llevó a convertir un terreno que recibió de su padre como herencia en un albergue.
No sabe cuántos desamparados han recibido su ayuda, durante 13 años que impulsa esta labor social. Sin embargo, dice que ese amor por el prójimo le llena. Varias personas se han sumado para apoyar su tarea.
Desde hace 13 años, Teresa Rivera se convirtió en la protectora de los desamparados. Esta imbabureña, de 48 años, transformó un terreno de una hectárea, herencia de su padre, en el hogar de indigentes, enfermos mentales, niños y adultos mayores que han sido abandonados.
Teresita, como la conocen, comenzó esta misión cuando tenía 15 años. Tercera entre siete hermanos llevó a su casa a una mujer con problemas mentales que deambulaba por las calles.
La samaritana tuvo problemas con la familia, porque la indigente lanzaba todo lo que encontraba a su paso.
Luego, esta mujer delgada, se internó en una orden religiosa. Esa vez le reveló a su padre, Jacinto Rivera, que quería ir a África para ayudar a los necesitados. Luego colgó el hábito porque las monjas tenías otras prioridades, como la educación de los niños.
Su progenitor le explicó que no necesitaba ir tan lejos. Que cuando uno quiere ayudar lo puede hacer en cualquier parte. Luego le entregó un terreno para que cumpliera su sueño. Ahora ese lugar se llama: Hogar del Siervo Sufriente, situado en Natabuela, cantón Antonio Ante, en Imbabura.
El sitio tiene dormitorios, cocina y patio, y acoge a 17 damnificados. Pero han llegado hasta 40.
También hay un huerto con hortalizas que sirven para alimentarlos. La ayuda además proviene de donaciones. Teresa comparte el trabajo con voluntarios, como Marina Carrera, de 46 años. Para esta mujer encargada del huerto Teresita es una verdadera santa.
Otro colaborador es el terapista voluntario Carlos Poveda, quien cada viernes asiste para dar masajes anti estrés a los internos.
La fama de Hogar del Siervo Sufriente ha rebasado las fronteras locales. Las donaciones de alimentos y ropa llegan de Ibarra, Otavalo y Quito. El viernes último, por ejemplo, dos profesoras del colegio Spellman entregaron víveres y mantas.
Muchas de las personas que viven bajo el amparo de Teresa Rivera llegan sin un nombre. La heroína las bautiza, como hizo con un joven, con retardo mental, que se llama Sergio.