En Semana Santa los creyentes conmemoran la muerte y resurrección de Jesús y piden nuevamente perdón por sus pecados. Pero el concepto del perdón no sólo es importante en el ámbito religioso. También lo es en el ámbito político (cuando se conceden amnistías); en el campo legal (donde hay que cumplir penas para reconciliarse con la sociedad); en la sicología (donde el perdón es un requisito esencial para superar conflictos); y en nuestra vida diaria (donde debemos lidiar constantemente con problemas, errores y malos entendidos).
¿En qué consiste el perdón? ¿Cómo se produce? La fórmula más clara y contundente que yo he podido encontrar es esta: para que B pueda obtener el perdón de A debe, en primer término, reconocer que ha hecho daño a A y tiene, de alguna manera, que compensar ese perjuicio causado. Además, B debe sentir remordimiento por el error cometido y debe, también, querer no cometer esa falta nuevamente.
Este es el método más poderoso -y exigente también- de redención que pudiera seguir una persona. Es un perdón secular porque se practica entre seres humanos solamente y donde los dioses nada tienen que decir. Es una fórmula que exige coraje porque la persona no sólo debe responsabilizarse plenamente por la falta cometida sino que también debe enmendarla, aún cuando el afectado no exija compensaciones. Finalmente, es una fórmula justa porque quien irrogó inicialmente el daño tiene una vía para reparar su falta aún si la persona afectada no quisiera aceptar disculpa alguna.
La plena aceptación de responsabilidad por la falta cometida es un elemento nuevo en la lógica del perdón. Por ejemplo, cuando Agamenon quiere reconciliarse con Aquiles, aduce que fueron los dioses quienes le confundieron el buen juicio y que no era él quien de verdad actuaba. En su ‘Retórica’, Aristóteles describe el perdón como un proceso para apaciguar la ira del afectado -no hay remordimiento ni propósito de enmienda- y donde el ofensor debe mostrarse humilde o empequeñecerse para mostrar que no sabía lo que hacía.
Siglos más tarde, se produjo un giro radical: primero San Agustín y luego Rousseau -cada uno haciendo sus respectivas ‘Confesiones’- exageraron el carácter de sus faltas para hacer aún más dramático su retorno a la virtud. Y ahora, en años más recientes, se ha llegado a pensar que el perdón tiene más bien que ver con el olvido: “Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón”, decía Jorge Luis Borges en ‘Fragmentos de un evangelio apócrifo’.
¿Cuál es la mejor forma de perdonar y ser perdonado? Cada uno tendrá su mejor respuesta.