El cambio en cuanto a educación superior e investigación científica tiene que partir de realidades.
Cuando los ciegos vieron o cuando los paralíticos comenzaron a caminar me parece que son dos buenos símiles de lo que actualmente está ocurriendo en cuanto a la preocupación nacional por la educación superior. Ya era hora.
Es con el presidente Correa, nadie puede negarlo, que se produce el despertar de las conciencias sobre la tragedia que para el futuro de nuestro país significaba el bajísimo nivel al que había llegado la academia ecuatoriana.
Con asignar recursos, siempre insuficientes, bastaba y sobraba para los gobiernos anteriores. Cómo funcionaban las universidades y politécnicas y cuál era la calificación de sus egresados eran asuntos que no le quitaban el sueño a nadie desde las alturas del poder; y así fuimos hundiéndonos en el subdesarrollo.
Es de ponderar que sin un fuerte apoyo político el Consejo Nacional de Educación Superior (Conesup) ya había dado algunos pasos que la transformación requería. Presidido por un ilustre hombre de ciencia y de cultura, Gustavo Vega Delgado, al Conesup se le debe el portento que en los últimos años no se hubiera creado una nueva universidad, a más de que logró un triunfo de trascendencia: la clausura de la Universidad Cooperativa de Colombia, engendro intocable.
La legislación vigente, sujeta a reparos superables, y el compromiso del presidente Correa me llevan al optimismo en cuanto al futuro de la educación superior estatal y a una de sus actividades intrínsecas: la investigación científica y tecnológica.
Como es comprensible, todos se han puesto a opinar. Las aportaciones, unas valiosas y de tenerse en cuenta, otras por intereses creados, unas tantas animadas por experiencias personales, no faltando aquellas que suponen la intención de mantener las cosas tal cual están. De ahí que lo que corresponden al Conesup, al Consejo de Evaluación y Acreditación de la Educación Superior y a la Secretaria Nacional de Planificación y Desarrollo es una tarea tan compleja como la de ponerse de acuerdo en lo básico y fundamental para que se inicie el cambio, partiendo de realidades y no de ensoñaciones.
Somos un país pequeño. Nos hallamos en el alba en investigación científica y tecnológica. Se impone crear centros de excelencia para salir del pantano del subdesarrollo y la dependencia extrema.
Nuestra pobrísima generación de conocimientos se debe a que se requiere muchísimo más que papel y lápiz. Se imparten conocimientos de ciencias básicas en laboratorios obsoletos, cuando existen. Los contados y heroicos investigadores que tenemos son flores en el desierto. El tratamiento de estas realidades no admite el concurso de aventureros por buena voluntad que les asista. Carecen de sentido enfrentamientos sobre asuntos que no apuntan a lo esencial.