Los tapices que confeccionan los hábiles artesanos de la parroquia Salasaka, en Tungurahua, son vistosos y coloridos. Los indígenas trasmiten en las gráficas los paisajes, la vida andina y la Pacha Mama (Madre tierra en español).
Estos tejidos elaborados con lana de borrego tienen un prestigio ganado. Las prendas se comercializan en las ferias de Otavalo, Quito, Ambato, Galápagos y se exhiben en las dos plazas artesanales que posee este centro poblado habitado por 12 000 personas. La comunidad está ubicada a un costado de la vía Ambato-Baños, en Tungurahua.
Hay más de 50 diseños que se tejen. Los contenidos son llamativos y eso atrae a los extranjeros para comprarles. En la mayoría se representan la naturaleza, la fertilidad, la flora, la fauna, las fiestas, el danzante, la vida de la comunidad, la minga y la cosmovisión indígena.
Tejer en los telares no es nada fácil. Elaborar una de estas prendas que sirven para decorar la sala, la oficina o el comedor lleva entre dos y tres meses; todo depende de la complejidad de los dibujos y del diseño. Los artesanos deben pasar sentados hasta seis horas diarias en esta labor.
Sus telares son rudimentarios, armados con madera y atados con sogas de cabuya. Los pequeños hilos son templados y sujetados por largueros del mismo material. Luego se cruzan de un lado a otro los hilos de colores y se da forma al paisaje o figura. Se ajusta con otro madero que baja y golpea para unir las hebras.
Los salasakas mantienen la técnica que se basa en el uso de herramientas ancestrales de madera, los tinturados naturales de los hilos finos -que obtienen de la lana del borrego-, se hacen con el uso de flores y hierbas que recogen en el cerro Teligote.
Francisco Masaquiza, de 60 años, es uno de los hábiles tejedores. Está dedicado a esta labor desde los 10 años y aprendió de su padre que llevaba el mismo nombre. Se inspira en la historia, la gente, la naturaleza, las vivencias, los personajes y las figuras de los incas para plasmarlos en su obra.
Eso les gusta a los visitantes, especialmente los que vienen de Estados Unidos, Alemania, Suiza, España, Chile, Argentina… “Ellos al conocer esta técnica de tejido nos compran. Un tapiz puede costar de USD 30 a 600. Todo depende del tamaño y su contenido”.
En su taller hay telares pequeños, medianos y grandes. Hace cuatro meses inició a tejer un tapiz que narra la vida del incario. La representa mediante figuras humanas, vasijas, animales y utiliza colores café, amarillo, azul y blanco.
Con habilidad cruza los hilos de colores que el mismo tinturó tras recolectar las hierbas y flores. Luego las molió e introdujo en el líquido hirviente el hilo de lana blanco.
En sus trabajos también representan a las tradicionales chismosas. Este tapiz muestra a grupo de mujeres salasakas de espalda y conversando, que visten el anaco negro, el rebozo morado o lila, la blusa y el sombrero blanco de ala corta, mientras observan la naturaleza.
Llevan dos pondos repletos con la chicha de maíz que luego los retornan llenos con agua que consiguen en las fuentes consideradas sagradas. Hay la representación de jardines con abundantes flores, colibríes y otras especies animales. También se grafica la minga que es la reunión de más de 8 figuras humanas y con herramientas.
Rafael Chiliquinga comparte, desde junio del año pasado, sus conocimientos con un grupo de jóvenes del pueblo sobre estos saberes. El objetivo es transmitir la información que le llevó más de cinco años en investigar sobre esta prenda.
Los chicos asisten a la casa InkArte, ubicado a un costado de la vía Ambato-Baños, en el centro de Salasaka. Allí aprenden sobre estas técnicas que fueron utilizadas por los taitas y las mamas.
Chiliquinga explica que el tejido de la chumbi o faja es uno de los más antiguos, luego aparece el tapiz cuya técnica aplicada es similar, que es más agrandada y hecha en telares grandes. En un inicio, en los tapices, se diseñaban las 54 figuras que contiene la chumbi, donde habla de la historia de los pueblos, cultivos, animales y la minga. Ahora son diseños propios de cada artesano.
A Patricio Manterola, un turista chileno, le gustó el colorido y el contenido de los tapices. Al mirar los diseños y la técnica que aplica Antonio Masaquiza, otro de los artesanos de Salasaka, se quedó sorprendido. “Es un trabajo interesante y el contenido es hermoso, por eso compré uno de estos tejidos”.