Tarea pendiente

Pese a los grandes avances y transformaciones que ha experimentado Ecuador en los últimos cuarenta años, época que pasó desde una economía basada en la producción agrícola a una sostenida en la exportación de crudo, la sensación que inunda a los ecuatorianos es la de un país en el que resta todo por hacerse. Al cabo de todas estas décadas de cambios, en los que sin dudarlo ha habido importantes avances, el resultado final es de un proceso inacabado, pendiente, donde aún falta que existan instituciones técnicamente constituidas, creíbles, a las que la población entera les otorgue su voto de confianza. No existe norte definido y realmente nadie lo ha propuesto. Todo ha sido únicamente frases vacías destinadas de tiempo en tiempo a obtener el apoyo popular, pero un verdadero proyecto de país que convoque y luzca integrador no aparece por ninguna parte. Apenas han habido propuestas de coyuntura, en el objetivo final de hacerse del control político y restar al adversario de toda validez crítica. Unos y otros se han pasado en este juego perverso por décadas.

El resultado está allí: el país en soletas a merced de la delincuencia, la pobreza aún vigente, las personas desconfiando de instituciones como la fuerza policial y de los entes encargados de la administración de justicia. Hay una sensación de que nada funciona. Los jóvenes cargados de ilusiones se frustran tempranamente por la falta de oportunidades de empleo. Nadie surge para convocar, más bien los últimos tiempos han sido de abierta confrontación. Se niega la palabra y la razón a los otros, se desconfía de aquellos que no pertenecen a la misma organización, partido o movimiento, se censura al que no practica el credo imperante. La tolerancia es un recuerdo que cada se va diluyendo.

Poco, muy poco se construye. Los llamados a convocar pierden el tiempo en confrontaciones vanas. No ofrecen soluciones ni delinean un norte en el que el respeto al otro, a la opinión ajena, sean elementos sustanciales de cualquier proyecto de nación. Aparentemente se busca la eliminación del oponente para desde allí edificar algo nuevo, sin tener en cuenta que cualquier intento de anular al contrario es la negación en sí mismo de la construcción de ese orden alterno en que todos en teoría, tendrían que gozar de idénticos derechos.

No se avizora que las cosas cambiarán. Lo más probable es que, con el paso del tiempo y el aparecimiento de mayores dificultades, el tema vaya para peor. Bien haríamos los ecuatorianos, de todas las condiciones, en reflexionar hacia donde queremos ir. Los problemas son de tal envergadura que, si no se encuentra solución en un plazo relativamente corto, podrían arrastrarnos a una situación altamente conflictiva con consecuencias impredecibles. Otros países detectaron a tiempo estos peligros y los desactivaron ¿Podremos aprender de esas lecciones o neciamente esperaremos a que sea demasiado tarde?

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