Evelyn Viteri dice que desde el 3 de junio, cuando Quito pasó a amarillo, ha tenido hasta ocho casos al día. Foto: Cortesía
La emergencia apenas había estallado en el país y en la Cruz Roja se prendieron las alertas. Hubo reuniones virtuales. La oficina nacional y las
direcciones provinciales instruyeron a todo el personal. La disposición fue que los 58 paramédicos y 27 ambulancias atiendan y trasladen a los hospitales a personas con covid-19 o aquienes tengan síntomas.
Desde entonces han pasado cinco meses y el personal recuerda cómo fueron esos días y cómo trabajan ese momento.
Evelyn Viteri lleva cinco años como paramédica de la Cruz Roja y cuenta que al siguiente día de declarada la emergencia recibió la alerta del ECU-911 para atender a un hombre, de 85 años, que tenía tos intensa, problemas al respirar y fiebre.
Fue su primera asistencia. Al iniciar la crisis veía unos cuatro pacientes al día. Pero desde el 3 de junio, cuando Quito pasó al semáforo amarillo, ha tenido hasta ocho casos.
“Ha sido muy duro; nos enfrentamos a una enfermedad desconocida y las familias sufren mucho. La hija del señor que atendí lloraba desconsoladamente y me pedía que no dejara morir a su padre”.
Hoy, las tareas siguen. David Alarcón es otro paramédico. El 14 de junio atendió a un hombre de 50 años, que llegó al centro de salud de San Antonio de Pichincha con dolor de cabeza y tos. Tenía coronavirus.
Dos días después tuvo dificultades respiratorias y necesitaba ser intubado.
El plan fue llevarlo al Hospital Eugenio Espejo. Pero Alarcón dice que cuando llegó con la ambulancia todo estaba lleno. En las puertas, los familiares de los contagiados pedían información desesperadamente. Seis horas después, finalmente internaron al paciente.
En junio, cuando vio que los casos aumentaban en Quito, David se mudó de departamento. “Tenía miedo de que mis padres, de 65 años de edad, se enfermaran por mi culpa”.
Lo mismo hizo Estefanía Navarrete. Ella trabaja hace ocho meses como socorrista, en Napo. El 17 de marzo, cuando asistieron a una videoconferencia
y les dijeron que debían atender a pacientes covid, ella y cinco compañeros se mudaron a vivir juntos. “Durante toda la crisis sanitaria no hemos visto a nuestros familiares”.
David Alarcón cuenta que en junio, cuando vio más casos en Quito, se mudó para no poner en riesgo a sus papás. Foto: Cortesía
Antes de cada asistencia, los paramédicos se colocan trajes de bioseguridad, mascarillas, batas, zapatones quirúrgicos, visor facial y guantes. La Cruz Roja les dota de estos insumos diariamente en todas las oficinas del país. De hecho, cuando estalló la pandemia, los coordinadores de cada zona dieron capacitaciones telemáticas para que los socorristas aprendiesen a colocárselos.
Navarrete cuenta que se tarda tres minutos en ponerse los implementos antes de salir a una emergencia. El pasado 28 de mayo su turno apenas comenzaba y transportó a una persona al Hospital José María Velasco Ibarra. Tenía 66 años.
Dio positivo para el virus y necesitó cuidados intensivos. Su esposa quería acompañarlo, pero no pudo. El protocolo de bioseguridad para las ambulancias lo impide. Tuvo que despedirse de él en la puerta de la casa. “Le dijo que pronto volverían a verse, pero dos días después supe que el señor falleció en el hospital”.
Solo cuando se trata de un niño se permite que un familiar vaya en el automotor. Eso ocurrió el 1 de junio. Una niña de 2 años, con covid, fue trasladada del Hospital del IESS-Tena al Baca Ortiz de Quito. Navarrete viajó cuatro horas con ellos.
En el camino, la madre contó a la socorrista que durante tres días su hija tuvo fiebre, vómito y dificultad para respirar.
Desde que comenzó la pandemia, las oficinas de la Cruz Roja en el país han atendido 2 248 emergencias relacionadas al virus. En julio se registró
el pico más alto.
Pichincha, Guayas, Napo y Azuay son las provincias con mayor cantidad de asistencias.
Gissela Lugmaña lleva nueve meses como paramédica en Guayaquil. En los meses más álgidos de la pandemia en esa ciudad, atendió hasta 10 emergencias diarias por covid-19.
En abril recibió una llamada del ECU-911 para asistir a un hombre de 86 años que se encontraba en su casa, en el Guasmo Sur. Tenía diabetes,
hipertensión y llevaba una semana con síntomas del virus.
Cuando llegó la ambulancia ya había fallecido. “Traté de reanimarlo, pero no había nada que hacer”. Lugmaña cuenta que vio a los tres hijos gritar y llorar desconsoladamente.
Después de cada auxilio, el personal tiene que desinfectar las ambulancias y todos los equipos que utilizaron. Los paramédicos también deben cambiarse el equipo de bioseguridad usado.
Eso hace Paola Peralta, que hace ocho meses trabaja en Cuenca. El 20 de julio ayudó a una mujer de 80 años con covid-19. La llevó al hospital y hoy sabe que fuecontagiada por un amigo que llegó desde España.
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