El museo combina juegos con aprendizajes para los más pequeños del hogar.
Las pupilas de Emilia Sánchez no paran de moverse. Sigue con sus ojos las dos pelotas de tenis que giran a más de 100 kilómetros por hora en una máquina centrífuga en el Museo Interactivo de Ciencias (MIC).
Ella aprende ciencias, historia y biología. Lo hace mientras juega y se divierte. Su sonrisa es permanente en las seis salas que conforman este museo en donde es prohibido no tocar. La mujer, de 34 años, viene con su hija y ambas disfrutan.
El MIC está en la calle Sincholagua y la avenida Maldonado, al frente de la Estación del Tren. Para llegar, se puede ir en vehículo o en trolebús y quedarse en la parada Chimbacalle o, preferible, se puede ir a pie desde la Villa Flora.
Durante todo el año, hay seis salas permanentes: en La Mente, el cerebro juega con las matemáticas. En Guaguas, los más pequeños aprenden ecología.
Ludión es, quizá, la sala con mayor dinamismo. Los niños tocan, sienten, juegan con toda clase de instrumentos para aprender sobre la luz, el movimiento, la masa, el sonido, entre otros elementos.
En esta sala, Emilia pone a prueba sus conocimientos. Gracias a la guía de los monitores siempre halla respuestas a los fenómenos físicos que ve.
En el Museo de Sitio la historia está presente. Las máquinas en las que trabajaron los obreros de la fábrica “La Industrial” siguen intactas, como que si estuvieran listas para tejer. Los visitantes conocen sobre la historia del lugar que, ahora, acoge al Museo Interactivo.
En el Parque de la Ciencia, los niños y niñas juegan en una estructura metálica que tiene figuras referentes a la ciencia. Los niños escalan por escaleras parecidas a cadenas de ADN.
La hija de Emilia, Jessi, se junta a un grupo de niños que pertenecen al vacacional Exploradores. Miriam Silva, encargada del grupo, visita cada verano el lugar. “Este juego no había el año pasado y los guambras están encantados”, dice, mientras señala al Parque de la Ciencia.
En el verano, el museo incrementa su oferta educativa y de diversión. Un campamento vacacional se iniciará el 29 de julio para niños de 5 a 7 años. Según Paola Brunner, comunicadora, se estimulará la capacidad sensorial de los infantes. El curso durará dos semanas. Luego, el museo recibirá a niños desde los 8 hasta los 12 años.
Esta colonia vacacional tendrá desafíos e investigaciones para que los chicos descubran, por medio de pistas, varios misterios. Finalmente, durante dos semanas, se acogerán a adolescentes desde los 13 hasta los 15 años y se fomentará en ellos la creación científica.
Además, comenta Brunner, se prepararon otras actividades para el público en general. El jueves 7 de agosto habrá un concierto gratuito con la banda de percusión Toom- pak y desde el domingo 10 de agosto, en una de las salas, se proyectarán películas y habrá talleres.
Emili S., visitante, espera con ansias que se abran los cursos. “Mi mamá me inscribió y voy a ir con mis primos”, dice la niña. Los directivos advierten que los cupos para los vacacionales están casi completos.
No obstante, una de las fechas que más espera Mateo L. es Una noche en el museo, que está planificada para mediados de agosto. “Aquí se cuentan cuentos y podemos acampar. Es muy chévere”, añade el muchacho de 9 años.
En esta noche, asegura Brummer, el bosque de eucaliptos crea la atmósfera de suspenso que hace a los niños imaginar las historias y leyendas que cuentan los monitores. Hay cupo para 60 participantes.
Las actividades no paran. En la Velada Libertaria se ampliará el horario de atención. Los guías invitan a padres y niños a aprender mientras juegan.