Superávit de cinismo

Como el tránsfuga parece no tener ideas distintas a las del poder, puede pasar, en instantes, de unas a otras. Como sus ideas -si las tiene- no son reguladas por parámetros éticos, le da igual cambiar según sus conveniencias. Pero puede suceder que el problema para la salud de la democracia no sean los tránsfugas, sino los partidos políticos que los cobijan.

Si es lo último, estamos jodidos: se acabaron los partidos. Si se trata de las dos primeras hipótesis (déficit de ideas, superávit de cinismo), estamos más que jodidos. En caso de que sean las tronchas, el tránsfuga siempre vuelve.

Los tránsfugas huyen del naufragio. A veces, son parte de la tormenta que lo provoca. Abren agujeros en la estructura de la nave y abordan como bucaneros el barco que promete buena mar.

Sabemos que con tales personas y  partidos no se construye democracia. Se arman gavillas y gobiernos mantenidos por gavillas. Si la letra de la Constitución estorba, la enmiendan; si el político amigo viene de un pasado turbio, le echan encima el cloro que purifica.

Como son muchos, hay que meter las manos sucias en la elección de los organismos de control y las cortes.

Como hay que garantizar mayorías, reparta cargos. Algo debe hacer la ciudadanía: la política es  tan decisiva en nuestras vidas que no se puede dejarla en manos de estos políticos.

‘El fin de las ideologías’ no es en sí mismo el fin de las corrientes de pensamiento que jalaron progreso o retroceso de las sociedades. Es el fin de las ideas que guiaban el camino de un individuo dedicado honestamente a la política y el destino de un partido que proponía alternativas de vida social. El ‘fin de las ideologías’ ha sido conveniente para aquellos que pretenden tener el camino allanado para saltar las aduanas morales.

En las democracias maduras siguen existiendo gobiernos más o menos complacientes con la avaricia del capital y más o menos mezquinos cuando reglamentan la satisfacción de las necesidades básicas de sus ciudadanos. Unos amplían la democracia, otros la acortan. Unos dignifican a los ciudadanos; otros los corrompen.

Esos gobiernos se forman con partidos que los ciudadanos acogen o rechazan. Y cada cierto tiempo, cuando fracasan o defraudan, se les impone el castigo en las urnas.

Al sistema de recompensas (repartición de la torta burocrática, asignación de grandes contratos del Estado) se le añade una nueva perversión. Esos partidos se forman y fortalecen para llevar a un individuo hacia la cima del poder. Cuando se triunfa, no se gobierna con las líneas programáticas de un partido, sino con la colcha de retazos que van cosiendo las ambiciones del tránsfuga.

El Tiempo, Bogotá, GDA

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