Nunca antes Su Majestad se sintió tan altamente deprimido como en su reciente y exitosa gira por Japón.
Lo que pasa es que como parte de la gira le sacaron a pasear por las atestadas calles de Tokio y se encontró con la mejor sorpresa de su vida: los 38 millones de habitantes eran más pequeños que él. ¡Qué bestia!
Su Majestad era feliz. No le importó que el guía le explicara que estaban transitando por la zona comercial de Ginza o por el bello sector residencial de Yamamote.
Lo único que le importaba es que nadie alcanzaba su estatura y en su imaginario (como dirían los de la Senplades) pensaba que todos los que veía por abajo del hombro eran Jorge Ortiz, Carlos Vera o Emilio Palacio.
Sin embargo, cuentan los periodistas que fueron en la delegación (delegación en la que, conste, no estuvo esta pobre cobra del desierto) que dos cosas sí le abrumaron mucho.
Una, la cantidad de rascacielos más altos que él. Dos, la visita a Chiyoda, el lugar donde se levanta el palacio imperial.
Esto fue lo peor. Enterarse abruptamente de que allá en Japón también había un Emperador… Mmmmm. Y que, por cuestiones protocolarias, tendría que decirle “Su Majestad”. Nooooo…
Decepcionado por tanta decepción, como diría Cantinflas, Su Majestad (el único) exclamó “¡Sayonara!” en su pésimo inglés belga.