Pese a su rico pasado histórico, Haití es uno de los países más conflictivos de América, pues distintas circunstancias lo han convertido en el más atrasado del continente, lo que lo hace vulnerable al devastador terremoto del martes.
Una nación que fue una de las luces de la liberación de los esclavos y de la independencia a fines del siglo XVIII y principios del XIX, ha sido víctima de recurrentes y sangrientos episodios relacionados con la inequidad, la violencia, la inestabilidad, el crimen, el éxodo, la vulnerabilidad ante las amenazas naturales, las dictaduras y la degradación ecológica.
Según datos de la BBC de Londres, en Haití siete de cada 10 habitantes son pobres y más del 56% sobrevive con menos de un dólar diario. El país está en la posición 150 de 177 países en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Tan solo el 52,9% de la población está alfabetizada y la esperanza de vida de un haitiano promedio no pasa de 60 años de edad, cifra que se explica porque apenas tres de cada 10 personas tienen acceso al sistema de salud.
El sida es otra de sus desgracias históricas. Alrededor del 2,2% de la población adulta vive con VIH/sida y Haití es uno de los 30 países con mayor tasa de impacto de la enfermedad en el mundo.
A ese lamentable pasado y presente de miseria económica, problemas sociales y conflictos políticos se suma el efecto del violento terremoto, que añade sufrimiento, dolor y desconcierto colectivos. Pero para Haití también es trágico que el mundo se solidarice con él solamente cuando suceden estos tipos de desastres naturales y que no se lo haga de manera sistemática y permanente para ayudarle a salir de su situación de extrema pobreza.