20 años de dejar energía y afecto en Solca

Diego pallero / el comercio Las voluntarias Jacqueline Díaz y Esperanza Pólit (atrás) junto a pacientes de Solca.

Diego pallero / el comercio Las voluntarias Jacqueline Díaz y Esperanza Pólit (atrás) junto a pacientes de Solca.

Las voluntarias Jacqueline Díaz y Esperanza Pólit (atrás) junto a pacientes de Solca. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Con los mandiles azules que las distinguen, recorren las habitaciones del Hospital Oncológico Solca. Algunas de estas mujeres conversan con los pacientes, les toman de las manos y les desean una buena jornada. Otras los escuchan. También hay quienes enseñan manualidades, juegan con niños o preparan alimentos.

Durante 20 años, las voluntarias de esta casa de salud de Quito han acompañado a quienes tienen cáncer y a sus familias. Hoy se conmemora un año más desde que se unieron para brindar el servicio.

Esperanza Pólit de Cevallos dirige esta agrupación, conformada por 80 mujeres. Asisten una o dos veces a la semana para cumplir sus labores. Lo hacen desde muy temprano, para preparar colada o agua aromática, que distribuyen entre quienes acuden al hospital.

A diario -cuenta Esperanza- reparten 800 vasos de estas bebidas acompañadas de un pan. Cerca de las 10:00, un grupo empuja un carrito, en el que se transporta la comida.

Primero recorren los pasillos para entregar la ‘vianda’ a personas que esperan su cita. Luego van a los cuartos de los internos. Alfredo Granda, de 73 años, tiene cáncer al esófago. Está en etapa terminal.

Cada día aguarda la llegada de las mujeres de los mandiles azules, que le entregan un poco de su energía y vitalidad. “Nos brindan los alimentos y se quedan conversando con nosotros. Nos dan vida”.

En su primera consulta -r­ecuerda este oriundo de Cayambe- ellas se acercaron y le brindaron contención emocional. “No sabía cómo manejar la enfermedad. Me dieron ayuda espiritual para sobrellevar esta etapa de la vida”.

El apoyo psicológico que ofrecen al paciente -admiten- es una de sus tareas más complejas. La primera conversación y el abordaje diario deben ser con respeto y empatía.

“No tenemos que escarbar en su vida. Simplemente preguntamos si necesitan ayuda o escuchamos lo que quieran contarnos”, señala Esperanza. Es una de las fundadoras y guía a otras mujeres que realizan este trabajo no remunerado.

Por ejemplo, ella imparte talleres terapéuticos y de convivencia en el hospital. También enseña a otras voluntarias a no involucrarse afectivamente. “No es sano, está en juego nuestra estabilidad”.

Esperanza, además, está a cargo de la autogestión. Ella ha golpeado puertas de empresas para recolectar insumos como vasos y comida. Y recibe donaciones externas. “Hay personas de buena voluntad que entregan desde USD 20 para nuestra labor”. Otra de las formas de financiamiento -cuenta- es la venta de ropa dentro de la casa de salud de la capital.

Pero hay otras mujeres en esta obra. Soraya Pasquel se integró hace nueve años. Desde joven le atrajo el voluntariado, por lo que apoyó a niños con discapacidad. Pero cuando conoció el trabajo de Solca, no lo dudó y se sumó.
“Se trata de apoyar y escuchar. Los pacientes no pueden hablar con sus familiares. Les resta vitalidad verlos tristes”.

Por eso Soraya busca contagiarles su optimismo. Su estrategia es enseñarles a hacer manualidades y bisutería, para que piensen en otra cosa.

La señora colabora en el grupo de belleza. Cada 15 días, las voluntarias arreglan a las mujeres que se someten a quimioterapia. Este tratamiento es agresivo, ya que sus uñas quedan negras y hasta las cejas se caen. “Les hacemos manicura, les pintamos las cejas y ponemos pestañas, para que se sientan bien y tengan un impulso para seguir con su proceso”.

Lorena Endara, de 58 años, coincide con sus compañeras en cuanto a lo bien que se sienten de poder hacer algo. Ella lleva 13 años en Solca. Se concentra en el área de pediatría.

El acompañamiento a los más pequeños es complejo pero gratificante. “Siempre están activos”. Entre las labores que proponen constan jugar con rompecabezas, hacer manualidades o leer cuentos. Y les enseñan a sus familiares a elaborar artesanías para que su estancia sea entretenida.

Una de las beneficiadas es Alba Tamayo, de 43 años. Hace nueve días su nieto ingresó a Solca. El pequeño, de 3 años, aún no tiene un diagnóstico claro pero le han realizado una serie de análisis médicos.

Los médicos llegan y le colocan sondas en el brazo. El pequeño pregunta: “Me va a doler”. En ese momento entra la voluntaria, quien con una sonrisa le dice: “Solo es un pequeño piquete. Eres muy valiente”.

Luego del procedimiento, el niño arma un rompecabezas sobre su cama. Mientras, la abuelita Alba escoge los materiales para elaborar una artesanía típica. Con una aguja y lana -relata- bordará el nombre de su nieto. Así se mantendrá ocupada y esperará los resultados que determinarán si su nieto deberá empezar o no el tratamiento.

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