Redacción Manta
La sala de conciertos Horacio Hidrovo Peñaherrera, de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (Uleam), quedó pequeña. El aforo para 500 personas quedó chico ante la gran expectativa que causó la presencia de los músicos juveniles alemanes.
Un viaje exitoso
Los 45 músicos del estado de Baden-Wurtemberg se despedirán de Ecuador mañana, en el Teatro Centro Cívico de Guayaquil. El concierto gratuito se iniciará a las 19:30.
En Quito y Riobamba también llenaron las salas de la Casa de la Música y de la Politécnica del Chimborazo. Es la primera vez que la Sinfónica está en el país.
La gala de la música clásica empezó a las 19:30 del martes. El lugar se llenó desde los pasillos hasta el vestíbulo de ingreso. Hubo más de 700 personas. Tres policías para dar seguridad a los músicos no podían manejar a la gente que llegó desde Bahía de Caráquez, Portoviejo y Chone para escuchar a los juveniles intérpretes.
Manuel Santos llegó a las 18:30. Lo hizo desde Bahía. Junto con su madre y dos sobrinos contó que pisó el acelerador de vehículo 4×4 hasta rebasar los 130 kilómetros por hora. Ello no fue suficiente. Cuando parqueó su automotor frente a la sala de conciertos, el local estaba repleto.
Manuel y al menos 200 personas más se conformaron con escuchar desde la puerta de ingreso la interpretación de los talentos alemanes de clásicos europeos.
Carolina Lucas, una estudiante de Derecho de la Uleam, quedó encantada. “Es excelente, aunque no pude alcanzar un sitio para escucharlos de frente me conformo con saber que este tipo de espectáculos ya no solo se queda en Quito o Guayaquil, llegan a Manabí, en este caso a Manta”, dijo.
Carmen Zambrano, una joven maestra de primaria, también comentó que “debieron programar esta presentación en un lugar con mayor aforo”.
Ella llegó hasta la universidad desde Chone y solo alcanzó a grabar con su celular una parte de la intervención.
Lo hizo estirando su brazo entre la multitud que se aglomeró en la puerta de ingreso.
Los representantes de los medios de comunicación no pudieron acceder a la parte interior de la sala de conciertos.
Camarógrafos y fotógrafos optaron por subirse en sillas plásticas y apuntaban sus cámaras al ojo, sin saber dónde estaban los músicos.