El silencio y las amenazas encubren abusos a niños

Hace una semana, los niños de entre 4 y 5 años agredidos por un docente de música dieron su última versión. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO

Hace una semana, los niños de entre 4 y 5 años agredidos por un docente de música dieron su última versión. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO

Hace una semana, los niños de entre 4 y 5 años agredidos por un docente de música dieron su última versión. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO

El piano ha permanecido en el mismo rincón desde que cerraron el salón de música. Las melodías que de él salían silenciaban a los pequeños de entre 4 y 5 años que recibían clases con Miguel, en una escuela particular de Guayaquil.

Los niños revelaron que el maestro besaba y acariciaba sus partes íntimas. Les hizo creer que era un juego y un estímulo para su aprendizaje.

Eso fue lo que contaron a sus padres, al principio. En sus últimos testimonios confesaron que los orinaba. En el salón, los peritos de Criminalística hallaron ropa interior infantil.

“Esto no ha sido un simple abuso. Los niños dijeron que también les tomaba fotos”, cuenta la madre de una pequeña de 4 años. 13 infantes son parte de la indagación por el presunto delito de abuso.

Para hurgar en las estrategias de los maestros agresores, el criminólogo Juan José Hidalgo empieza a desenmarañar su comportamiento. “Les piden guardar secretos, tienen actitudes inapropiadas, como meterse al baño de los niños; aplican juegos de contenido sexual explícito, usan su poder para abusar y buscan una buena reputación para que el niño pierda la credibilidad”.

Las autoridades y otros maestros no le creyeron a Luis. Fue el primer niño que habló con su madre sobre lo que un grupo de maestros le hacía a él y a otros compañeros en los baños de una escuela pública del norte de Guayaquil.

“Uno nos amarraba, nos daba cocachos, nos orinaba. Otro nos grabó un video y nos enseñaba fotos de nosotros. Nos decían que teníamos que regresar al baño al otro día”. El relato del pequeño de 8 años es parte de las investigaciones.

Estas características encajan en los casos de abuso sexual colectivo, originados en el sistema educativo. Los agresores son docentes, y por los testimonios de sus alumnos se desprenden ciertos trastornos de comportamiento sexual, como pedofilia y pederastia.

Zoraya Bohórquez, presidenta de la Asociación de Psicología Clínica Jurídica y Forense, los califica como depredadores sexuales. Para descubrir lo que hay en su mente considera necesario partir del comportamiento de los niños.

“Ellos aplican estrategias de acercamiento, prueban hasta dónde pueden llegar, si son niños susceptibles al miedo, si no van a decir lo que pasa, si le temen tanto al maltrato que son capaces de guardar el silencio. Hay que descubrir sus vulnerabilidades, por qué están en la mira de estos agresores”.

Definir un perfil del agresor no es sencillo; cada caso tiene particularidades. Sin embargo, Bohórquez asegura que es posible determinar ciertos indicadores y factores de riesgo. Para hacerlo, propone realizar una investigación con casos ya juzgados, que puedan dar como resultado un protocolo.

En el caso Aampetra ya tiene un acusado. José Luis Negrete fue condenado a 16 años por haber sometido a 41 niños a vivir una pesadilla en su salón de clases durante 11 meses.

A Sybel Martínez, directora de Rescate Escolar, le estremece el grado de manipulación que el agresor logró tener sobre los estudiantes, al punto de autosacrificarse. Hace poco supo que Negrete obligó a los 41 a convencer a sus padres de firmar las autorizaciones para seguir como su docente. Los niños acordaron hacerlo, para salvar a otros de la tortura.

Martínez encuentra similitudes escalofriantes entre los dos casos de Guayaquil y Aampetra: el abuso fue colectivo, marcado por el silencio y con una fuerte evidencia del uso de pornografía. “En el análisis de estos casos no hay que descartar redes de pornografía, de pedofilia o de pederastia que estén operando en el país”.

El criminólogo Hidalgo insiste en que el agresor siempre atacará a quien está desprotegido. Por eso aconseja a los padres alertar a los niños sobre caricias y conductas inapropiadas de otros adultos, enseñarles a no guardar secretos, mantener la comunicación y una relación cercana, y siempre creer en los niños.

Martínez, en cambio, hace un llamado a crear espacios educativos más protectores. La sala de música de la escuela en Guayaquil es hermética. Es un aula con opacos ventanales que encubrieron el abuso.

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