Un siglo de historia y memoria

Redacción Cultura
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Ana Vargas sujeta el texto de pasta café y páginas ligeramente amarillentas. Lo abre con cuidado y toma una hoja para verla al contraluz de la ventana.

En Guayaquil y Cuenca
La Academia de   Historia tiene  dos núcleos provinciales, uno en Guayaquil y otro en Cuenca.  En Quito está  ubicada en la av. 6 de Diciembre N21-218 y Ramón Roca. En  la institución    actualmente trabajan siete  personas:
cuatro  en la  biblioteca, el conserje, la persona de limpieza y la secretaria administradora de
la institución.
La  biblioteca  atiende a todo  público, desde  las 08:30 hasta las 16:30. Para mayor   información puede comunicarse  con  el
  255  8277 o el  290 7433.

“Las páginas son hechas a mano, mire las tramas del papel, se las ve claramente”, dice la funcionaria de la Academia Nacional de Historia. El texto que tiene en sus manos es la Historia de la Revolución Hispano Americana, de 1786, uno de los más antiguos que guarda la institución.

“Es una joya”, dice Vargas, encargada de la biblioteca. El texto permanece en un anaquel de madera. A pocos pasos están 20 estanterías metálicas con ejemplares antiguos y modernos.

Es la biblioteca de la Academia, ubicada en el tercer piso de una casa neoclásica, en La Mariscal. Allí permanece el legado que guarda sobre el país: unos 10 000 libros contienen los hechos acontecidos desde 1786.

La Academia de Historia cumplió 100 años el  24 de julio y el 19 de agosto  recibió el Premio  de Cultura  Eugenio Espejo.

Las dificultades que ha enfrentado la institución se reflejan en algunos textos, como en el que sujeta Vargas. La parte inferior de las páginas tiene pequeños orificios de polilla y unas pocas presentan hongos.

Este deterioro se produjo en algunas obras,  luego del invierno de 2004, cuando el techo de la casa  que en aquel tiempo ocupaba la institución, en la calle Mejía, se desplomó a causa de  la lluvia.

Su director, el embajador Manuel de Guzmán Polanco, cuenta que tras la tragedia  se rescataron muebles, libros y documentos, aunque unos se perdieron.

“Nunca hemos tenido una casa para la Academia, sino hasta el 24 de julio de 2007, cuando el Fonsal nos entregó en comodato la
remodelada vivienda, donde actualmente funciona”, dice el titular.

Entonces, los libros fueron llevados a un espacio de  140 metros  cuadrados del nuevo inmueble, en el que ahora se guardan  en las estanterías de más de 2 metros de alto.

Según el subdirector, Juan Cordero, lo más duro que ha afrontado la Academia fue la falta de dinero.  “La institución  nació en 1909,  pero se convirtió en un organismo nacional en 1920 con una partida de 75 sucres. La falta de fondos no ha permitido su crecimiento.
Solo en este siglo se consiguió un incremento de recursos del Ministerio de Educación.

La partida fue aumentada, era de USD 5 000, luego subió a 25 000 y desde el año pasado está en 80 000”, explica Cordero, quien añade que en ocasiones esa asignación se quedó solo en el papel. La falta de recursos limitó el trabajo años atrás. Un ejemplo es la escasa digitalización del patrimonio documental que posee.

Entre  el  archivo informático consta  el primer estatuto de la Academia de 1909 y libros como la Historia de la Revolución Hispano Americana, de Mariano Torrentes, textos de Jacinto Jijón, que son delicados por  antiguos.

No están las cartas a  Eloy Alfaro de 1893 a 1900 ni la colección fotográfica de El Quito que se fue, de 1850 a 1912, de Ernesto Chiriboga Ordóñez, entre otros.

En ese punto, la Academia enfrenta otra limitación, ya que  para digitalizar obras, por la Ley de Propiedad Intelectual, requiere del permiso de sus autores o de descendientes.

Otras obras, como la Historia del Ecuador de Federico González Suárez, en cambio  están  registradas   con código de barras.  “850 libros se han catalogado. Desde hace casi dos años, la prioridad ha sido identificar el material producido por la Academia a través de su boletín semestral.

El resultado: 2 050 artículos de la historia del país, que ahora están resumidos en una base de datos”, afirma Vargas. Ella muestra la  colección catalogada de  historia, del fundador  González Suárez.

El religioso fue el fundador de la institución. Su imagen está  en la sala de reuniones, en el primer piso, junto con los retratos de  los  10 directores que han pasado a lo largo del centenario. El que más  duró en el cargo  fue Isaac J. Barrera, con 26 años, seguido por Jorge Salvador Lara, con 15 y Manuel de Guzmán Polanco, con  ocho.

En la sala se desarrollan las sesiones de los ‘miembros numerarios’, que son  30. Para llegar a ocupar los sillones  del lugar, primero deben ser  ‘miembros correspondientes’. Para este título, un interesado  debe solicitar su ingreso, con el auspicio de tres historiadores.

Tras una revisión de sus  méritos, es aceptado y en su incorporación    dará un discurso. Actualmente llegan a 50 los ‘correspondientes’. Pero solo   se asciende como miembro numerario si hay una vacante por muerte.

El 22 de octubre próximo, la sala de reuniones estará llena. Juan Cordero se posesionará como nuevo director. Su principal reto, dice, será ampliar la biblioteca para que más personas puedan ir a consultar y  así conozcan el legado histórico del país.

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